Los cuadernos de Abelardo Castillo

Hay días en que uno siente que no debe salir de la cama. Otros días, puestos a pensar en el oficio, uno siente que simplemente no debe escribir. Las razones posibles de esa renuncia son dos. La primera atañe a todo aquel que escribe y deriva de la acuciante sensación de que eso que llamamos inspiración no ha acudido a nosotros. La segunda razón está reservada a quienes escriben en diarios y ocurre cuando se tiene la certeza de que ese texto no tendrá lectores. En ciertos casos, ambos temores -la palabra no es temor, sino pánico- conviven. En mañanas como esta de sábado, en que una noticia cambia el escenario político de una manera tan dramática -lo dramático alude deliberadamente a la teatralidad de los sucesos- se tiene la evidencia de que eso será irremediablemente así. Escribir es en estos casos lo más parecido a escribir un diario íntimo.En días como este nos sentamos frente a la máquina de escribir con el amargo sabor de una derrota en la boca. Elijo la expresión máquina de escribir de manera intencionada, con obstinado anacronismo, sabiendo que la expresión ya vetusta en nada traiciona, sin embargo, la función que cumple la computadora que vino a reemplazarla, porque está claro que esta es también una máquina en la que precisamente se escribe. Avanzo en este párrafo con conciencia de que lo hago no en un artefacto, sea este una máquina de escribir o una computadora, sino de puño y letra, en un trozo de papel cualquiera, con la liviandad con que se deja una anotación en plena madrugada pensando que tal vez pueda resultar útil al escribir una historia.Leí de un tirón las primeras cien páginas de los Diarios (1992-2006) de Abelardo Castillo, el segundo tomo de las memorias del gran creador de El evangelio según Van Hutten (la referencia a la historia del arqueólogo que descubrió los rollos de un evangelio en arameo en el Mar Muerto acaso sea poco acertada, porque el propio Castillo se ocupa abundantemente de ella y de a momentos fustiga ese texto con severidad), y sentí el deseo de escribir un diario personal y abocarme seriamente a la lectura de diarios literarios. Empezaré por los dos que creo tener en mi biblioteca, los de André Gide y Césare Pavese, que leí hace muchos años oblicuamente, inacabadamente, en tramos más o menos breves y a los saltos, distraído por la atracción que siempre encontré en las novelas en detrimento de otros géneros, entre ellos, muy a mi pesar, la poesía, de la que he sido un lector fatal e impaciente.Los...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR