Crónica de un teatro anunciado

Era un páramo: tintineo de goteras en un primer piso al cabo de unas escaleras ruinosas; revoltijo de escombros, polvo, paredes descascaradas. Era la estepa.

"Lo encontré", pensó, sin embargo, Hernán Morán. Y con esas palabras llamó a sus futuros socios, Nicolás Capeluto y María Urtubey: listo, la búsqueda cesó, a prepararse a dar forma al proyecto que los venía desvelando. Porque a pocas cuadras de Medrano y Rivadavia, lindante a esa zona donde Almagro saluda a Boedo y la vida barrial se entrecruza con lo más vivo del circuito teatral independiente, estaba el lugar que andaban anhelando. Lo llamaron El Estepario, en honor a aquella aridez inicial en la que los tres supieron ver otra cosa. Y decidieron que allí, en ese entorno dudoso -ya se encargarían ellos de tornarlo amigable-, estaría la sala de teatro que tanto ansiaban montar.

Hoy, a poco menos de un año de aquel día, el sueño se hizo realidad. Contante y sonante. "Estamos endeudados con toda la familia", se ríen los socios que durante cuatro meses, cuando todo comenzó, se dedicaron a sacar escombros, derrumbar paredes, bajar corriendo a la vereda cuando la neblina de polvo no se soportaba más, volver a subir y seguir: meta músculo y esfuerzo, a sudar palmo a palmo eso que, como todo deseo que se precie, tenía sabor a locura y pulso de gloriosa obstinación. El piso lo pintaron Hernán y Nicolás. El cálculo de peso lo hizo un ingeniero, padre de un amigo. A María, que sabe -y mucho-de Derecho, le tocó ser la vocera de la dura letra de la ley: no hubo disposición ni material ignífugo ni medida de seguridad o compañía de seguros que escapara a su recuento obsesivo.

Pero no todo fueron reglamentaciones. "Nos importaba que el lugar fuera confortable -cuenta ella-. Calentito en invierno; fresco en verano. Yo sabía que para Hernán era muy importante que las butacas fueran cómodas." Entonces, como se acercaba el cumpleaños de su amigo y socio, fue llamando a cada uno de los conocidos. "Hernán quiere butacas para el teatro -les decía-. ¿No querés que hagamos una colecta para regalárselas?" Así, amigo tras amigo, llamada tras llamada, se consiguieron las butacas de El Estepario. Y siguieron las luces. Los detalles de la sala. La estética cuidada, pequeña -cuadritos, color de paredes, afiches- que, desde el primer atisbo, habla de algo tan privado como una casa. Tan colectivo como una apuesta cultural.

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