Crónica de una patología institucional que no se cura

En un país de memoria corta y maleable tuvo que morir otro joven para reflotar una realidad de abusos y tormentos que parecía enterrada en el pasado.

Emanuel Garay, aspirante de 18 años a cadete de la policía de La Rioja, murió por deshidratación aguda durante el primer día de instrucción luego de padecer con sus compañeros una verdadera tortura de nueve horas bajo el eufemismo de movimientos vivos o "baile". Murió por el agua que le negaron. Otros 12 aspirantes terminaron internados. Como en casos anteriores, el de La Rioja revela la patología de una institución que promueve, ordena o consiente ese tratamiento de bienvenida, una patología que se ve confirmada por el intento de encubrimiento, pues el padre de Garay afirmó que en cinco oportunidades lo "apretaron" para que en el acta de defunción constara una "muerte por causa dudosa".

Retomando lo patológico, la presencia en la Escuela de Cadetes de un enfermero para controlarles la presión durante el "baile" vuelve a probar que los superiores estaban al tanto de lo que sucedía y de sus riesgos. Como bien se ha señalado, el dato recuerda la presencia de médicos en las sesiones de tortura de la dictadura.

Es que ciertas prácticas de la dictadura no cesaron con el retorno de la democracia. Solo se adaptaron. Lo vimos en el caso Carrasco, con el que se compara el de La Rioja. Omar Carrasco, un humilde y tímido muchacho de 19 años, ingresó en el cuartel de Zapala el 3 de marzo de 1994 para cumplir el hoy desaparecido servicio militar obligatorio o colimba. Apenas pisó la unidad neuquina comenzó su calvario.

Cuando se ponía nervioso una mueca le dibujaba una semisonrisa que parecía burla, y burla era lo que leían en esa sonrisa los superiores. A Omar se le caía el fusil, tropezaba y demoraba en acatar la catarata de órdenes que buscaba diluir las individualidades y arrebañarlos. Omar no tenía el don de volverse indiscernible y anónimo y lo bailaban hasta el agotamiento, pero la sonrisa persistía indoblegable y pronto los jefes comenzaron a castigar al grupo por su culpa. Omar se ganó el odio de todos.

Durante la noche del 5 de marzo algunos compañeros lo golpearon en el baño y al rato, mientras dormía en su litera, recibió una lluvia de trompadas. El domingo 6 sufrió otra paliza y durante la siesta se lo vio correr como si escapara. Debido a su desaparición el grupo sufrió un feroz baile mientras los oficiales comunicaban la fuga, pero no podían ubicar al teniente coronel jefe de la unidad, que...

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