Cristina, Scioli y el estrés de los argentinos

¿Quién está estresado?, le preguntó fríamente Cristina, y a Daniel se le heló la sangre. Él acababa de formular una tibia frase de campaña con la intención de atrapar en su red a los peces independientes: "Yo vengo a desestresar el país". Pero a ella no le gustó nada esa insinuación: acá los únicos que están estresados son esos canallas (usó una palabra más fuerte) a quienes pusimos contra la pared, le espetó con voz dura. La orden era obvia y tajante: Scioli no podía seguir batiendo parche con esa ocurrencia porque implicaba una crítica de hecho a la filosofía oficial. Algo similar le había ocurrido al ex motonauta cuando el presidente del Banco Provincia cometió la herejía de dejarse fotografiar en un asado con algunos dirigentes de la contra. Esa vez fue Carlos Zannini el encargado de trasladarle el profundo disgusto de la Presidenta. Estos dos pequeños episodios revelan la enorme susceptibilidad de Cristina y la obediencia automática de Daniel. La jefa de Estado se muestra completamente intolerante frente a las mínimas muecas de independencia de su despreciado delfín, y el gobernador exhibe por ahora menos autonomía que un títere de trapo. El estrés y la grieta son, a su vez, evidencias de que la patrona de Balcarce 50 no quiere admitir su feroz política de conflictos y las llagas consecuentes que eso produjo en el cuerpo social, y que a la vez pretende continuidad sin cambios para su metodología de la división. La idea de que dirigentes de las antípodas no pueden mínimamente confraternizar entre ellos hace evocar, por contraposición, los epílogos del combate de San Lorenzo, cuando el general San Martín invitó a desayunar al jefe realista como simple gesto de caballerosidad. Es una suerte que no existiera por entonces Juan Cabandié, porque seguramente lo hubiera tachado a San Martín de abyecto traidor. El asunto, en pleno siglo XXI, resulta risible y, a un mismo tiempo, patético; prueba lúcida del enorme retroceso que la convivencia experimentó durante estos años gracias al fogoneo permanente y patológico de la Casa Rosada.

La Iglesia Cristinista de Liberación Personal le otorga a Scioli un piso alto de votos, pero también un techo relativamente bajo, y es por eso que el esposo de Karina busca cada semana un pequeñísimo gesto de rebeldía, como soltarle la lengua a Miguel Bein, cuyo plan es la antítesis de las teorías de Kicillof, o invitar a un ágape público al embajador norteamericano. Pero para que luego no se le venga encima la gran...

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