Entre Cristina y el país, se quedan con ella

La política es un campo privilegiado para observar las contradicciones inherentes a la condición humana. Estamos cansados de escuchar a funcionarios que aplican una racionalidad irreprochable para defender decisiones de lo más irracionales. En este sentido, por actuar con prescindencia de la realidad, el kirchnerismo es una cantera inagotable de zancadillas que la psicología le tiende a la razón. La plasticidad discursiva del Presidente, de la que mucho se habló en las últimas semanas, es un buen ejemplo. Sin embargo, es posible ir todavía más allá y preguntarse a qué obedece la actitud de alguien que busca ampararse en aquel que lo destruye. ¿Hay contrasentido más grande?

Devaluada la palabra y la credibilidad de Alberto Fernández, con un país cada vez más empobrecido y agobiado por la pandemia, y sobre todo con elecciones a la vista, ahora la vicepresidenta acude al rescate del Presidente, o así dicen. Es cierto que Fernández ha incurrido en una larga cadena de errores y se muestra desorientado, mientras imprime su propia deriva al destino de un país que ha perdido el rumbo. Pero también es cierto que fue la propia Cristina Kirchner la que mareó a Fernández y lo condujo hacia los apuros que hoy lo superan. La responsabilidad de que las cosas vayan mal es entonces compartida. Hay sin embargo un error que le pertenece por completo al Presidente. Y es aquel que lo precipitó en la madre de todas las contradicciones, que hoy pesa sobre sus hombros y sobre todos los argentinos: la de un gobierno que pretende "cuidar" a la sociedad del azote de la pandemia mientras ataca las instituciones que garantizan la convivencia, la Justicia y la alternancia democrática. ¿Cuándo se equivocó Fernández? Cuando tuvo que elegir entre el país y Cristina Kirchner y se decidió por la vicepresidenta.

Cuando en los albores de la pandemia canceló el diálogo, Fernández selló su destino; ahí olvidó el conjunto y solo gobernó para ella, iniciando su declive y el del país

Fue la vicepresidenta la que obligó al Presidente a polarizar, en contra de una estrategia electoral eficaz que había impuesto en la opinión pública la idea de que un kirchnerismo moderado era posible y que Fernández era la garantía de esa ilusión. Una efímera moderación se verificó en la primera respuesta del Gobierno a la pandemia, con un presidente abierto al diálogo con la oposición, dispuesto a salvar las diferencias ante la amenaza imprevista del virus. Esa actitud le valió un 80% de imagen...

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