Cristina Kirchner y la Cámara de la venganza

La derrota política más dolorosa sufrida alguna vez por Cristina Kirchner no se la propinaron las urnas. La recibió hace 12 años desde el mismo lugar que hoy ella ocupa y desde el que se muestra dispuesta a desquitarse.Eso parece confirmar la vicepresiedenta en cada sesión del Senado que ella preside. Empiezan ser parte de los usos y costumbres , y la violación o interpretación forzada del reglamento del cuerpo, para poder ir más allá de las facultades que su cargo le otorga, para que se voten los temas de su propio interés. Para eso cuenta con la disciplina y la obediencia absoluta del bloque oficialista, que, presidido por el formoseño José Maynas, es mayoría en el Senado.Lo ocurrido en la escandalosa sesión de anteayer bien merece un lugar en la antología del decisionismo personalista (para ser generosos). Además, fue un hito (tal vez no una cima) en la escalada que la vicepresidenta inició hace dos semanas cuando empezaron a forzarse o romperse los límites que impuso el protocolo acordado con la oposición para llevar a cabo las sesiones virtuales y semipresenciales por imperio de la pandemia (y de la voluntad de Cristina Kirchner).La violación del reglamento del Senado, al aprobar la creación de una comisión investigadora sin el voto de los dos tercios de la Cámara, como estipula el artículo 87, no fue el único hecho (aunque sí de una profunda gravedad) que pone de manifiesto la decisión de la presidenta del cuerpo con la anuencia del bloque oficialista de imponer su voluntad a cualquier precio. Y que se tome nota.Para los opositores, un elemento previo pone de manifiesto una actitud deliberada y sistémica, que excede a la naturaleza de los asuntos debatidos. Se verifica, según ellos, en la decisión de imponer el tratamiento de temas que no estén vinculados con la epidemia del Covid-19, pese a que se había acordado expresamente con los demás bloques que eso no se haría. Así consta en el protocolo firmado por todos a principios de mayo.Ese acuerdo vencerá dentro de dos semanas, ya que se había estipulado que regiría por 60 días, por lo que solo debería haberse esperado a que perdiera vigencia lo pactado para sesionar sin restricciones temáticas. Se hubiera evitado un conflicto político y un escándalo. Evidentemente, no se quiso. O, mejor dicho, se prefirió ir al choque. Alguna vez fue el látigo y la billetera. Con la crisis solo sobrevivió el látigo.Si esos dos asuntos reúnen condiciones suficientes para justificar el calificativo de...

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