Cristina, del gran sueño a un gobierno mediocre

Cuando Cristina Kirchner obtuvo la reelección con el 54% de los votos y una extraordinaria diferencia respecto del segundo competidor, la impresión general fue que había alcanzado la suma del poder político y que su proyección pública no tenía techo. Eran días de esplendor. La Presidenta, espoleada por la aclamación popular, se sintió entonces la intérprete y la elegida de la historia. Creyó, acaso con ingenuidad, acaso de buena fe, que la convergencia entre excelentes indicadores económicos y electorales, la celebración del Bicentenario y el legado carismático de su marido difunto la proyectaban a un país ideal, donde las antinomias quedaban canceladas por la abundancia y las dudas eran sepultadas por la fe en un futuro venturoso.Esta verdadera consagración pospolítica, que clausuraba el difícil camino trazado por Néstor Kirchner del Infierno al Purgatorio, quedó plasmada en el discurso presidencial del 17 de octubre de 2011, pocos días antes de las elecciones. Es una pieza paradigmática. Se refirió Cristina a la necesidad de un proyecto que contuviera a todos los argentinos y lo creyó factible por obra de la riqueza material. Afirmó que ya no es necesario optar, como en el pasado, entre alpargatas y libros: "Ahora tenemos zapatillas, libros, netbooks ?". Es decir: queda abolida la contradicción política y económica, la lucha de clases, el enfrentamiento de intereses. Subsisten diferencias secundarias, pero, en sustancia, la riqueza opera la síntesis, cierra la cesura, obra el milagro de la integración. Incluye a todos. En su apogeo, Cristina idealizó a la Argentina y se idealizó a sí misma, omitiendo dificultades previsibles y fallas en la construcción de su poder político.Entre los problemas que podían esperarse para finales de 2011, se encontraba una desaceleración de la actividad económica, con más inflación, menos creación de empleo y un reflujo del ritmo de la inversión. El apoyo popular al kirchnerismo se había sostenido, ante todo, por el crecimiento del producto, la creación de empleo y un valor del salario por encima de la inflación. Menos que eso -¡nunca menos!- llevaría previsiblemente a una erosión de la popularidad presidencial y del caudal electoral. El relato no alcanzaría para compensar el bolsillo. Es lo que ocurrió, con alternativas, a partir del verano de 2012.Pero había más problemas debajo del sueño presidencial. Subestimando, o negando, los nubarrones en el horizonte, el Gobierno se ató a una suerte de contrato de potencia...

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