La crisis de los refugiados

L a foto del pequeño Aylan muerto en las costas de Turquía nos permitió advertir la dimensión humana del drama derivado del aluvión migratorio, que está adquiriendo especial complejidad en Europa, pero afecta al mundo entero. Algo que resultará constructivo en la medida en que se atiendan las causas de este fenómeno, al tiempo que se desplieguen todas las acciones para paliar el infierno diario de los refugiados.

El caso de los sirios que huyen de la cruel guerra civil que, desde hace casi cinco años, azota a su país no es el único. A través del mar Mediterráneo, están llegando a Europa familias enteras provenientes de Libia y otros países africanos, como Somalia y Sudán del Sur. Claro que el aluvión sirio es el más concreto en nuestros días: unas 230.000 personas han muerto, en tanto que unos cuatro millones han debido dejar Siria, en un largo y doloroso tránsito hacia tierras tranquilas hasta que, al menos, finalice la guerra. Algunos perecieron en el intento.

El problema migratorio también se refleja en el continente americano. En los Estados Unidos, la campaña presidencial ha provocado una indignante radicalización de algunos candidatos, como el republicano Donald Trump, quien cuestiona duramente la inmigración mexicana. Y en Venezuela, las muestras de intolerancia del gobierno de Nicolás Maduro hacia los colombianos han sido una constante en las últimas semanas.

Alemania esta vez debe ciertamente ser aplaudida por abrir generosamente sus puertas a los refugiados. Su ejemplo ayudará a que aquellos países de Europa que aún se resisten a conformar el salvavidas que la emergencia requiere cambien de actitud, como ocurre con Polonia, Eslovaquia, Hungría o con la propia República Checa, el Reino Unido y España. El próximo lunes, los ministros de Interior del Viejo Continente se reunirán especialmente para decidir un necesario curso de acción común frente a este problema, lo que presumiblemente será seguido por una cumbre europea al más alto nivel. La fuerte emoción de todos debe derivar en una auténtica toma de conciencia y, luego, en una reacción adecuada y a la vez realista.

Se trata de conformar, al menos por ahora, un esquema europeo de cuotas que permita repartir el esfuerzo que la atención concreta del drama de los refugiados siempre supone. Pero también, de comenzar a concebir un mecanismo solidario frente a un problema que, más allá de los episodios recientes, subsistirá y previsiblemente se incrementará.

Quizás como simples...

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