Una crisis que se acelera por la mala praxis y el vacío de poder

La crisis y la malapraxis

En las últimas semanas, la política argentina protagonizó un conjunto de hechos que ratifican su dinámica autodestructiva, su profunda disfuncionalidad y su incapacidad para resolver, ordenar o priorizar las demandas más agudas de los ciudadanos. Los escándalos permanentes y cada vez más patéticos son el resultado de (y asimismo resaltan) los fracasos sistemáticos y palmarios en la gestión de los asuntos públicos, como consecuencia de un aparato estatal enorme, hiperburocratizado y opaco, ineficiente e ineficaz. La agenda de debate cotidiana pone de manifiesto que el conjunto del sistema político corre por detrás de los problemas de fondo, con actores que no pueden ni saben cómo torcer la lógica perversa del entorno del cual forman parte, del que son presos y del cual no pueden prescindir.

Resignados, muchos se convierten en cronistas impotentes de una decadencia que parece no tener fin. Otros buscan sobrevivir fugando hacia adelante, tratando de anticipar los planes electorales por múltiples motivos. Después de todo, es "el juego que mejor juegan y que más les gusta". También disimula o al menos desplaza el foco de atención de la evidente mala praxis con la que se encaran las cuestiones más relevantes. Se pone así en movimiento ese perezoso andamiaje de aparatos políticos que, incompetentes para gestionar y vaciados de representatividad y legitimidad de ejercicio, solo tienen alguna utilidad marginal en época de comicios y para desarrollar tareas que existen por la renuencia a transparentar y agilizar el sistema de votación, como ocurre en el caso de la boleta única de papel.

El oficialismo es el principal responsable de que la crisis se acelere, particularmente por sus brutales disputas internas y su pésimo manejo de la economía. A esto le agrega, a partir del jaleo generado por el avión venezolano-iraní, sospechas crecientes sobre un eventual realineamiento de la política exterior justo cuando la amenaza ya no de una nueva guerra fría, sino de una tercera guerra mundial, permea en los horizontes del liderazgo global público y privado. ¿Fue el viaje de Alberto Fernández a Rusia, a comienzos de febrero, un punto de inflexión en el hasta entonces zigzagueante vínculo de la Argentina con el mundo? Un conjunto de comportamientos recientes así lo sugieren: su cerrada defensa de las dictaduras de Cuba y Venezuela, su impugnación a Luis Almagro (excanciller de Pepe Mujica, amigo presidencial) y la presunta designación...

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