Costo argentino: un secreto de familia

Como las mejores familias, los argentinos saben guardar secretos compartidos y temas que son un tabú para todos sus integrantes. Cuando los precios de los productos del campo son altos, las tasas de interés son bajas y florece el consumo, la prosperidad reinante hace innecesarias las preguntas antipáticas y el corto plazo prevalece sobre el largo. A nadie se le ocurre preguntarse sobre el costo argentino ni hacer planteos de competitividad.

Cuando las variables cambian de sentido, las patologías afloran. Y como tantas veces, se intentan ajustes que no son tales, provocándose el temido "atraso cambiario", trasladando a las empresas el peso del gasto público desbordado y las ineficiencias toleradas durante tiempos de bonanza. Ante el desafío de la supervivencia, reaparece la excusa del costo argentino, enemigo público número uno, hijo primogénito del populismo y como tal, votado, mimado y consentido por la mayoría de los argentinos.

Todos se quejan del costo argentino, pero se evitan mayores detalles acerca de su composición. Pues se trata de un secreto de familia, una puerta cerrada que nadie se atreve a abrir sabiendo que oculta verdades inconfesables, que involucran a casi todos los actores relevantes de la sociedad argentina.

Décadas de populismo han permitido acumular enormes deformaciones en la estructura socioeconómica de nuestro país. Y al hacerlo, se han conformado factores de poder que brindarán batalla ante cualquier intento de modificar ese statu-quo que es el "modelo nacional" de distribución de ingresos.

En forma simplificada, se dice que el costo argentino está compuesto por la presión fiscal, el costo laboral, la mala infraestructura y el costo del transporte. Sin embargo, se trata de medias verdades, mezcla de intereses creados, escasa vocación de pelearse con amigos y mucho menos, con los enemigos.

Pocos dirigentes empresarios y ningún político llegan a abrir francamente la puerta donde se oculta lo que nadie quiere reconocer.

En lugar de pedir que se reduzca la presión fiscal o la tasa de interés, ¿quién se atreve a decir que es insostenible un modelo donde ocho millones de personas en el sector privado deben sostener a casi veinte millones que viven del Estado?

En lugar de reclamar que se bajen los impuestos al trabajo, ¿quién propone una auditoría exhaustiva del destino de esos aportes, incluyendo las obras sociales sindicales?; ¿por qué no se les exige, antes de emitir los cheques, una reparación histórica inversa, para...

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