Entre la consolidación de la decadencia, y la esperanza

Entre la pobreza y la esperanza.

Mirada en perspectiva histórica, la Argentina constituye un notable caso de empobrecimiento colectivo. Es difícil percibirlo recorriendo sus barrios residenciales indiscernibles de los países más desarrollados del mundo. El cambio estriba en que hasta hace unas pocas décadas constituían solo el vértice de una pirámide cuya base que se renovaba permanentemente merced al ascenso social. Hoy, a solo unos pocos kilómetros de allí se han configurado barriadas semejantes a las de las zonas más atrasadas del mundo; al tiempo que las de clase media disimulan una homogeneidad desmentida por el mantenimiento diferencial de las viviendas.

La pobreza es un concepto polidimensional que abarca a la economía, la cultura y la política . El caso argentino recorre todo ese largo espinel. La primera produce la misma cantidad de bienes que hace 15 años con un PBI per capita similar al de hace 50. No es difícil colegir su consecuencia: ni siquiera acompaña al crecimiento vegetativo de la población dejando a nuevos segmentos fuera del mapa de la formalidad. En el orden político, la ley, principio rector de la convivencia civilizada, es un valor relativo confirmado por la impunidad de ataques terroristas, la muerte dudosa de un fiscal de la Nación, o la oscura adquisición de vacunas durante la actual pandemia.

En el plano estrictamente social, las cifras del propio índice oficial son contundentes. En el país más integrado y próspero de América Latina hasta hace cincuenta años, el 44% de la población no puede satisfacer necesidades básicas. Lo más grave es su proyección infantil, predictiva del futuro: se amplía hasta el 60% en el Noroeste, el 62% en el Nordeste, el 65% en el AMBA y el 72% en el conurbano bonaerense. Confluyen allí una minoría de trabajadores formales pero de ingresos restringidos por asistir a familiares al borde o excluidos, empleados públicos y jubilados cuyos ingresos registran en lo que va del año un retraso del 6 % respecto de la inflación, y un enorme universo de autónomos, monotributistas, cuentapropistas y pequeños comerciantes que basculan entre la dignidad autónoma y la necesidad de asistencia estatal. Esta última es relativamente generosa para los grupos encuadrados por la política; aunque aun así insuficiente y complementada mediante trabajos temporarios para no caer en la indigencia.

Pero a diferencia de lo temido hacia los comienzos de la democracia, el país pobre es, sin embargo, notablemente...

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