El conflicto le vuelve a dar aire al kirchnerismo

Ni siquiera en su momento político de mayor esplendor, cuando una parte del kirchnerismo llegó a soñarlo como candidato o compañero de fórmula presidencial para 2015, la imaginación. "Lo que yo quiero es quedar en la historia como un buen ministro de Economía", viene diciendo desde el año pasado. Es cierto que queda poco tiempo y que, a pesar de los esfuerzos discursivos de la Presidenta, la situación parece inquietante por donde se la mire: el país está en default, en recesión, la inflación sigue entre las más altas del mundo, hay cepo cambiario pese a haber tenido los términos de intercambio más favorables en cuatro décadas, déficit fiscal comparable a lo peor de los años 90 y una caída en la inversión del 11,3% acumulado en 2014.

Por lo menos hasta la muerte de Nisman, cuando todavía se hablaba aquí mayoritariamente de economía y no de temas policiales, Kicillof tenía la idea de que el Gobierno debería reconciliarse con la comunidad de negocios internacional si pretendía una reactivación real. Ese anhelo lo sorprende a veces entre el prejuicio y la desconfianza. A fin de año, cuando convocó a un empresario para consultarlo sobre cómo veía la situación, y éste le contestó que nunca se podría lograr un verdadero despegue sin acordar con los holdouts, le dio la razón a medias. "Es verdad. Pero no es fácil. Fijate lo que quisieron hacer los hijos de puta de los bancos en junio: lo tenían todo arreglado para ellos."

Kicillof no es un dirigente que prefiera vivir del conflicto. La semana pasada, mientras Cristina Kirchner azuzaba desde los atriles a la Unión Industrial Argentina (UIA) por la discusión que desencadenó el acuerdo con China, él mismo se comunicó por teléfono con José Ignacio de Mendiguren, secretario de la entidad, que estaba de vacaciones en Aspen, para aclararle que los portales de noticias lo estaban malinterpretando y que nunca se había referido a él como "payaso".

En eso, hay que reconocerles a muchos funcionarios un carácter distinto al de la Presidenta de la Nación: suelen ser menos belicosos cuando no están delante de ella, única interlocutora a quien verdaderamente parecen dirigirse cuando hablan en público. El caso paradigmático es Julio De Vido. "¿Ustedes piensan que, con lo que son los sindicatos argentinos, hay lugar acá para que el acuerdo con China permita contratar mano de obra asiática?", intentó tranquilizar el arquitecto el martes en la Cámara de la Construcción, donde tampoco se oyó un solo reproche hacia él...

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