Conflictividad permanente, causa y consecuencia de la fragilidad institucional

Conflictividad permanente.

Imperan una profunda desconfianza entre los principales actores políticos y sociales y fuertes sesgos y prejuicios sobre las verdaderas intenciones del otro: siempre esperamos lo peor . En simultáneo, predomina un "diálogo de sordos". Pretendemos imponer nuestro pensamiento sin escucharnos ni respetarnos. Con un prisma peyorativo y altanero, ni siquiera interesa una opinión discordante de la propia. En ese contexto, tendemos a saltar hacia conclusiones extremas, a menudo carentes de sentido, como cuando se expresa que un gobierno no termina un conjunto de viviendas populares por pura maldad, a pesar de que presumiblemente le hubiese convenido en términos político-electorales, o que un presidente es un sumiso títere de su vice que solo busca imponer un régimen totalitario y venal como el venezolano. Poco importa que no exista evidencia material suficiente para justificar semejantes afirmaciones: todo es válido en el universo de las especulaciones hiperideologizadas.

Esta dinámica de disputas endémicas no se limita a adversarios o enemigos políticos , sino que también abarca, a menudo con mayor intensidad, el interior de los propios partidos, alianzas, espacios y organizaciones. Hasta llega a contaminar otras instancias de nuestra vida pública y de la sociedad civil. Mala noticia para aquellos que creen que la decadencia argentina comenzó con el golpe de 1930, el peronismo o el autoritarismo neoliberal: tampoco se trata de un problema contemporáneo. Desde la Gesta de Mayo, e incluso antes, distintos grupos o facciones alimentaron visiones antagónicas respecto de cómo disolver el vínculo colonial y construir una nación. Esas profundas diferencias continúan hasta hoy y nos impiden delinear un destino común, una visión consensuada e integradora y un sueño colectivo que oriente nuestras energías y facilite acordar estrategias de acción que superen la inmediatez e impidan la improvisación.

Para sumar complejidad, aparecen segmentos fanáticos que con discursos talibanes , generalmente de odio, pervierten aún más el maltrecho debate público hasta el límite absurdo de la cancelación. Según ellos, para que su "modelo de nación" prospere, "el otro" debe ser derrotado, sometido, eliminado. Particularmente curioso en actores que se autodenominan y se perciben a sí mismos como "republicanos" o hablan en nombre de la democracia, la justicia social y la igualdad. Viven inmersos en una épica desbordada: en su imaginario, a los...

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