La comunión en la boca, o los ritmos desconcertantes de la Iglesia

El cardenal Jorge Bergoglio en el momento de la comunión a feligreses, durante una festividad de San Cayetano

…lo que hemos tocado con nuestras manos

acerca de la Palabra de Vida (1 Jn. 1, 1)

Hoy sabemos cosas que antes no se sabían. Estos conocimientos nuevos imponen modificaciones a las costumbres. La pandemia que hemos atravesado puso de relieve cuestiones que son materia de debate. Al respecto, hay cosas que ya estaban claras desde el siglo XIX, gracias sobre todo a Louis Pasteur: por ejemplo, que hay organismos vivos que nos habitan o visitan, algunos de los cuales son benéficos y otros muy perjudiciales. A Pasteur le costó que sus propios colegas, en el microscopio, los reconocieran. Siempre lo nuevo es desconcertante. Esto también es aplicable a la Iglesia. Pero cómo le cuesta a ella adaptarse en algunos asuntos.

Durante la pandemia, en las ciencias se revisaron infinidad de temas, acerca de los cuales hubo discusiones y polémicas. Ahora bien, en lo que todos coincidieron fue en que el peligro de contagio estaba en la boca y había que taparla. Ante esto, en la Iglesia, hubo recomendaciones universales y locales que indicaron que se debía preferir la comunión en la mano. En Buenos Aires, ya había ocurrido cuando el cardenal Bergoglio, en ocasión de la gripe A, decidió que la comunión se recibiera en la mano. Es obvio que aquella medida y que las sugerencias durante la pandemia han estado apoyadas en la certeza de que la costumbre de comulgar en la boca es antihigiénica y riesgosa. No se ve ninguna razón para volver a dicha costumbre "pasado el peligro". Porque el peligro no es privativo del coronavirus.

Todo aconseja suspender la práctica de la comunión en la boca.

A lo largo de dos mil años, casi no hay en la Iglesia costumbre que no haya revestido multitud de formas; también la manera de comulgar. Épocas hubo en que la Eucaristía era llevada a los enfermos después de la misa, y lo hacían los niños, cuya inocencia y pureza eran entendidas como apropiadas para ese propósito. Hoy sería un escándalo; pero tenemos niños mártires por defender lo que portaban. En otros tiempos, muchos fieles guardaban panes consagrados en sus casas, o los llevaban consigo. Contrariamente, hubo épocas en que muy pocos fieles comulgaban, y algunos lo hacían hasta con lapsos de años, por lo que el Concilio cuarto de Letrán, en 1215, estableció la obligación de comulgar al menos una vez al año… Nada de esto es inamovible.

Quizás la Iglesia debería profundizar...

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