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Autor | Alejandro A. Bevaqua |
Páginas | 155-169 |
(C1) Definamos como
crimen,
siguiendo la idea de Durkheim, a
aquellos eventos que superan la tolerancia de la moral promedio de una
población en una época socio-histórica dada; y como
horrendo
-u otros
adjetivos igualmente no científicos- aquellos hechos intolerados -incluso-
por una subsociedad que, paradójicamente, vive del crimen. Tengamos
siempre presente, sin embargo, que esta calificación es alejada de los
conceptos de ciencia; ésta pone particular énfasis en la objetividad y no en
lo subjetivo. Por ello, la actividad científica se abstiene de la emisión de
juicios de valor. (Curtis, H. y Barnes, N. Sue:
Biología
. 6ª ed. en español,
Editorial Médica Panamericana, Madrid, España, 2000, pág. 20). Califica-
tivos aparte, la realidad cotidiana intracarcelaria -aquella asequible a
nuestros sentidos de manera directa- señala que los delitos de abuso
sexual, especialmente los perpetrados contra menores, superan aun la idea
de moral promedio de la sociedad delincuencial lo que nos pone a pensar,
a una, sobre la existencia de una moral del sujeto delincuente y de la
sociedad delincuencial. Este concepto de moral del sujeto delincuente
resulta absurdo toda vez que la característica saliente del verdadero
delincuente -v.g.: el psicópata- es, en las justas y gráficas palabras de
Miguel A. Maldonado, el
encallecimiento moral
. Por tanto, es erróneo hablar
de moral del sujeto delincuente; antes bien, creemos que puede pensarse
en una cuestión de
usos y costumbres
-en los términos de Ortega y Gasset-
pero no en una cuestión de principios morales que obligan al rechazo de un
acto contrario, tanto al derecho cuanto
a natura
. Tal vez, y sólo tal vez,
pueda encontrarse un fundamento para esta conducta de negación, de
desprecio por ciertos procederes de un sujeto delincuente -en el seno de la
subsociedad que habitualmente lo cobija, lo contiene, lo ampara- si se
analiza el comportamiento del mundo animal. Dejamos esta tarea planteada
para otros investigadores.
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