Una columna de autor para su consumo

A veces viene bien como ejemplo una reducción al absurdo. Imaginemos que en el futuro se pone de moda utilizar el adjetivo "marxista" para designar, inspirándose en un revival de Groucho y sus secuaces (los Hermanos Marx), una situación cómica. Ese desvío semántico le produciría a muchos (me incluyo) un abrupto cortocircuito en la visión del mundo. Incluso los detractores acérrimos de las teorías del viejo y barbado pensador del siglo XIX se verían ante una encrucijada. Ser antimarxista significará estar en contra de una banda de cómicos y, por propiedad transitiva, de la risa.

"Bizarro" en castellano significa "valiente, arriesgado", pero un uso caprichoso, por culpa del francés y las películas clase B, lo han convertido en "raro, estrafalario", por mucho que la academia de la lengua lo ignore. En todo caso, que las palabras maticen su sentido, incluso cambien, no me confunde tanto como cuando los conceptos aparecen fuera de su contexto original.

Una distorsión actual, bastante inocente, es la de calificar lo que sea con un precioso "de autor". No solo hay libros firmados por un autor, con sus consabidos derechos de autor. Hoy también uno puede darse de bruces con comida de autor, cerámicas de autor, bicicletas de autor. En una esquina por la que paso con frecuencia, una parrilla promociona el producto de sus brasas como "asado de autor". Una peluquería cercana -en una vuelta de tuerca irónica- anuncia sus "pelos de autor". En las últimas fiestas llegó el summum: algunos emprendedores propusieron mesas navideñas de autor.

Supongo que en el origen de la moda reverbera el recuerdo del "cine de autor", aquella noción que introdujo a fines de los años 50 la revista francesa Cahiers du Cinéma. El uso y abuso contemporáneo de la fórmula parece revelar una añoranza o una distinción artesanal en un mundo donde, detrás de la variedad de supermercado, se esconde una uniformidad cada vez más industrial. Algo de eso ocurre con la promesa de lo "orgánico" y, a su manera, no es del todo errado recuperar esa expresión cinéfila tan querida. Aunque "cine de autor" terminó designando las películas de Truffaut, Godard, Bergman o Antonioni (aquellas en que el director ponía su sello personal en cada rincón del film), lo cierto es que en su origen apuntaba a reivindicar a algunos directores estadounidenses que aquellos críticos jóvenes amaban (John Ford, Howard Hawkes) y a los que hasta entonces se consideraba simples peones del sistema hollywoodense. Eran...

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