Colombia después del no

Recientemente nos referíamos en estas columnas a la sorpresa que provocó que la mayoría de los colombianos se pronunciara a favor del no en el plebiscito por la firma del acuerdo por la paz entre el gobierno de ese país y las FARC. Debemos decir ahora que, tras esa decisión, las primeras reacciones de los distintos involucrados han sido positivas. El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, ordenó a sus fuerzas armadas mantener el cese el fuego y reiteró que seguirá trabajando incansablemente en favor de la paz. Los líderes de las FARC, por su parte, también mantuvieron el cese el fuego y anunciaron que están abiertos a continuar las negociaciones.

Un paso alentador en ese mismo sentido fue dado anteayer por Santos y su antecesor Álvaro Uribe, quienes encabezaron las dos delegaciones que tendrán ahora la misión impostergable de buscar un nuevo tratado que comprometa a todos los colombianos. Santos deberá hacer concesiones en procura de una paz duradera, estable, pues, como bien ha dicho Uribe, "es mejor la paz para todos los colombianos que un acuerdo débil para la mitad de la población".

Ha quedado en evidencia que tanto el gobierno colombiano como las FARC equivocaron el camino al no incluir a la oposición en la firma del acuerdo y, en cambio, haberle presentado un paquete "cerrado" para que fuera aprobado o rechazado, asumiendo que el no era impensable.

La realidad mostró también que erraron al no advertir cuánta oposición, fastidio y hasta disgusto genuino generaban en la mayoría de los colombianos los términos del acuerdo de paz que se negoció y las concesiones y privilegios que iban a otorgarse a las FARC. El malestar fue particularmente importante entre las víctimas inocentes de los atentados.

La falta de equilibrio de la propuesta sometida a plebiscito denunciaba las injusticias plasmadas en algunos de sus contenidos, como la concesión a las FARC de bancas en ambas cámaras del Poder Legislativo colombiano sin que para ello fuere necesario contar con el respaldo de las urnas. Ello supone sacrificar, si no despreciar, una regla absolutamente básica de la democracia: la de la elección popular. También causó profunda preocupación el hecho de que los responsables directos de los aberrantes crímenes de lesa humanidad...

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