Coleccionistas del mundo en tiempos de Instagram (1)

En su ensayo Sobre la fotografía, que escribió en 1973, Susan Sontag nos entrega un resumen de una época. Con ese propósito cita al crítico y poeta Stéphen Mallarmé, una de las voces más lúcidas del simbolismo francés. A finales del siglo XIX, Mallarmé señala que en ese mundo finisecular todo existe para culminar en un libro; casi un siglo después, Sontag observa su entorno y corrige esa creencia afirmando que todo existe para culminar en una fotografía.

Aunque transcurrieron más de cuarenta años, esa idea no sólo perdura entre nosotros, sino que se ha vuelto aún más acuciante. Sontag escribe cuando ya hace un buen tiempo que la cámara fotográfica no sólo está en manos de los reporteros gráficos, sino que cuelga del cuello de los turistas o es utilizada para dejar un testimonio de los rituales familiares o sociales. Esa sucesión de imágenes es una celebración del mundo, porque la fotografía privada rehúye siempre de la fealdad y busca retratar la belleza. Aun es así en el caso de los pequeños retratos que dejamos en la piedra de los sepulcros: recordamos nuestros muertos con una imagen de juventud. A los reporteros gráficos les es reservado registrar las atrocidades.

Conservo en mi biblioteca un marco de madera ovalado, de unos siete centímetros, en el que guardo una fotografía de mi padre en sus veintipocos años. Tengo una relación curiosa con ese amuleto: cada tanto lo tomo entre mis manos y hasta musito alguna palabra con una extraña fe en que estará escuchándome en alguna parte. Cada vez que emprendo una mudanza me aseguro de llevármela conmigo, del mismo modo en que las víctimas de las catástrofes en cuanto ven amenazadas sus pertenencias acuden a proteger del desastre sus objetos más queridos, entre los que siempre están las fotografías. Mantenemos una relación muy intensa con ellas, y ese vínculo se vuelve de una intensidad emocional singular cuando las imágenes son de quienes han partido para siempre de nuestras vidas, pues creemos que es un modo de que esos seres queridos se queden entre nosotros.

En el principio de su libro, Sontag señala con la lucidez de los poetas que el hombre no ha terminado de abandonar la caverna de Platón: como sucedía en un tiempo inmemorial, también ahora se deleita con meras imágenes de la verdad. Seguimos viendo apenas un reflejo de las cosas, la débil sombra que sigue proyectando sobre la piedra la llama ondulante de nuestros antepasados.

Todas estas meditaciones vienen a cuento de un suceso en...

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