La cofradía de los huéspedes lectores

"Qué descanso, entrar a una casa con biblioteca." La frase podría parecer excesiva. Pero mi amiga, que posee como pocos el don de la delicadeza, se explica: hace tiempo que, de un modo difícil de precisar, comenzó a detectar la falta.

Primero fue la remota percepción de una anomalía. Luego, el registro de lo que suponía simples excepciones. Hasta que la pequeña molestia se hizo hallazgo recurrente: en su más reciente circuito de conocidos, ése que fue creciendo a medida que sus hijos atravesaban la edad escolar, los libros no tenían más entidad que la de una herramienta: objetos -manual de instrucciones, texto educativo- orientados a un fin. Pero no los impredecibles arcones de maravillas que habían marcado su vida.

"No exagero", insiste, como disculpándose. Asegura que todavía le cuesta creer que esas personas a las que ve cada día a la salida de la escuela, con las que comparte talleres, salidas infantiles, tormentos y delicias del cotidiano ejercicio de ser padres -esas personas que, inevitablemente, comienzan también a ser sus amigos- no tengan en algún rincón de sus casas la aglomeración, a veces un poco caótica, de autores, títulos, obsesiones y descubrimientos con la que se arman esos templos laicos, las bibliotecas hogareñas.

Lo que le pasa se parece al escándalo ("¿realmente hay gente que puede vivir sin libros?"). Y jura que no tiene que ver con diferencias de formación -los otros padres son, como ella, profesionales-, ni de recursos -nadie está por fuera de los típicos consumos de la clase media-, ni de dificultades de relación -se lleva bien con todos ellos; son inteligentes, divertidos, amables-. Pero los libros, como si una maldición acechara, no forman parte de la ecuación.

Por eso sólo recupera la calma cuando vislumbra, tras las ventanas de cualquier vivienda de barrio, la silueta de alguna biblioteca. Y descansa cada vez que, apenas transpuesto el umbral de una casa, unos cuantos estantes atiborrados de tapas y lomos gastados le dicen más de sus habitantes que el más preciso de los identikits.

El eco de sus palabras me sorprende justo ahora: cuando junto a mi propia familia, haciendo equilibrio entre bolsos, equipo matero y juguetes de playa, abro la puerta del hotel que nos recibirá en una breve escapada otoñal. Porque sé que en la recepción, discreta, ordenada y a disposición de los pasajeros, aguarda una biblioteca. Y cada vez que la redescubro vuelvo...

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