Claudia Tangarife Castillo: 'Casi pierdo a mi hijo por no soltar las maletas'

"Necesitaba un tsunami", dice Claudia Tangarife Castillo en una entrevista vía Skype. Se hace difícil creer que la sobreviviente del tsunami que acabó con la isla Phi Phi, en Tailandia, aquel 26 de diciembre de 2004, diez años después repita estas palabras. "Yo era imponente, controladora y perfeccionista", argumenta esta colombiana a quien aquella ola gigante le cambió la vida para siempre.

Estudió enfermería y a lo largo de sus más de 20 años de carrera se desarrolló como ejecutiva en empresas multinacionales de la industria farmacéutica y médico quirúrgica. Pero su vida profesional dio un giro luego de aquellas vacaciones con su hijo de 25 años. El desastre natural y el correr por una montaña para sobrevivir la llevó a sentir que había perdido todo y, a su vez, la enfrentó al momento de mayor entrega de su vida en el cual asistió a los heridos que se refugiaron con ella. Un camino del cual nunca más quiso regresar y que, a través del coaching, revive día a día. En los próximos meses estará viajando a la Argentina para dar una serie de conferencias.

Los diez años de su "viaje interior" –como lo llama ella– le permiten hoy pararse delante del público corporativo a ofrecer su conferencia y taller El Tsunami de mi Vida, de la mano de Quan Corporate Experiences,donde comparte su experiencia y aprendizajes para que, así como ella, otros ejecutivos puedan lograr tener conciencia de cuál es su propósito, qué elecciones están tomando y qué es aquello a lo que se están aferrando que les impide lograr objetivos.

–¿Por qué necesitabas un tsunami? ¿Qué significa eso?

–Yo me consideraba súper exitosa profesionalmente, buena madre, muy alegre, pero también era imponente, controladora y perfeccionista. La experiencia del tsunami me enfrentó a un momento de gran entrega. Había logrado escapar de aquella ola gigante al subir una montaña. En esa cima éramos más de 100 personas, algunas estaban inconscientes y otras lastimadas. Comencé a limpiarles las heridas y hacer vendajes con los pareos. Eran árabes, africanos, tailandeses, europeos, gente de dinero y gente humilde. Ahí nada de eso importaba. Éramos seres humanos que habíamos sobrevivido a algo que aún no entendíamos qué era y que compartimos una botella de agua y un paquete de papas fritas que habíamos encontrado y que no sé cómo, pero alcanzó para todos. Todos éramos uno. Todos colaborábamos, entregando lo mejor. Cuanto más entregaba, más grande me sentía.

–¿Y después?

–Quería trabajar el ser humano...

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