La ciudad se movió al ritmo cansino de un día feriado

Como si se tratara de una postal de un día feriado, el diseño arquitectónico de la Capital se destacó ante una ciudad que lo vislumbraba casi en soledad, pero bastante sucia. Había en los alrededores de las imponentes estaciones ferroviarias de Constitución, Once y Retiro; escasos automovilistas en la avenida Costanera, a un lado de lo que parecía una fantasmal terminal de Aeroparque, y los por las históricas calles porteñas con pocos pasajeros.Habían transcurrido 15 minutos de las 6 de la mañana. La estación de trenes de Constitución estaba cerrada. De reojo, y cuando aún el sol no se dejaba ver, el edificio era testigo del ir y venir de algunos transeúntes que buscaban una manera de viajar que suplantara al ferrocarril. No tenía su mejor aspecto, rodeado de bolsas de basura rotas, dispersas por la avenida Brasil.Marta Pereyra se asomó a las escaleras que dan a la cabecera del subte C. "¿No era que esta línea iba a funcionar?", le preguntó a LA NACION mientras observaba sorprendida las rejas cerradas. Se dio media vuelta y se acercó a la parada del colectivo de la línea 39. Allí estaba Macarena Cruz. "Acabo de llegar de Villa Soldati con el 46 y no tuve problemas. Viajé bárbaro", dijo entusiasmada.En Once, la terminal del ferrocarril Sarmiento tenía las puertas abiertas. Pero tampoco había pasajeros pululando por los pasillos. La medida de fuerza logró dejar en silencio a una estación que suele ser bulliciosa. Parecía un día feriado. Sólo caminaban por allí una docena de efectivos de la Policía Federal y hombres que, como Ramiro Pelliza, aguardaban la llegada de un remís que los alcanzara al trabajo. "Llevo como dos horas de viaje", se quejó. A sus espaldas, la cartelera digital indicaba que a las 6.50 salía la próxima formación. Ya habían pasado tres minutos y todo seguía igual.Fuera de la estación, en las dársenas, se contabilizaban más colectivos que pasajeros. Un taxista le preguntaba a un colega dónde podía cargar...