Los cien años de la gran consagración de Stravinsky

Desde su estreno en el Théâtre des Champs-Élysées, hace hoy exactos cien años, el 29 de mayo de 1913, La consagración de la primavera, de Igor Stravinsky, ocupa un lugar indisputable en el modernismo musical y, más en general, en el arte de todo el siglo pasado. En parte, hay que atribuir esta condición fundadora al confuso escándalo de esa primera audición, con el auditorio dividido; luego vino la aceptación unánime, que fue más allá del linde de la música clásica y se desbordó asimismo a algunos géneros populares, hasta tal punto que el nombre del compositor y esa pieza, punto de partida y de llegada a la vez, resultaron un par emblemático. Pero por detrás de la espectacularidad está esa obra que, en su aguda novedad, parecía recuperar también gestos arcaicos, olvidados; esa obra que, como hizo notar Pierre Boulez en un ensayo, vale más que todos los elogios con que la han abrumado. Incluso el filósofo Theodor W. Adorno, que en su momento mortificó tanto la poética stravinskiana, reconocía en La consagración? un momento fundacional, aunque problemático según su perspectiva, de la nueva música, y una estilizada chef- d'oeuvre. Al margen de estas consideraciones de cuño teórico, que son, sin embargo, las que van al hueso del fenómeno, basta una pequeña anécdota local. Hacia el fin del siglo XX, la revista Clásica realizó una encuesta entre compositores y críticos argentinos sobre cuáles eran las obras más emblemáticas del siglo que concluía. Se mencionaron muchas piezas, pero hubo solamente una en la que todos coincidieron y fue La consagración de la primavera .Tal vez...

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