Al Cholo le duele el alma, pero no le hablen de misericordia

La venganza seguirá agazapada.

La prepotencia de un ganador había encontrado antídoto. Después de participar en 12 finales a partido único en su vida, siete como futbolista y cinco como entrenador, Diego Simeone perdía. Se había llevó todas desde la Copa de las Confederaciones 1992 con la selección argentina, pero la Champios se le quedaba atragantada en Lisboa, en mayo de 2014. Aquella docena de títulos retrataban a un tipo que jamás negocia su ambición ni sus ganas de superarse. Vehemente y mandón, esa noche en las entrañas del estadio do Dragão juró que se tomaría revancha. Se impuso volver en la temporada siguiente a la definición del torneo de clubes más trascedente del planeta. Algunos lo miraron con piadosa condescendencia. Se equivocó por un año.

Para construir su carrera, Simeone desterró la mentira y la autocomplacencia. "En el fútbol siempre importa lo último que hacés", golpea sobre la mesa. A él sólo lo reconforta ganar y acaba de perder. Otra vez perdió el partido de su vida. Estaba convencido del triunfo, como también creyó que ganaría el premio al mejor entrenador de la FIFA hace un par de temporadas, aunque enfrente estuviesen dos tanques como Carlo Ancelotti, vencedor de la Champions, y Joachim Löw, técnico de la Alemania dueña del mundo. Porque para él no hay imposibles. Esta vez, además, había olfateado algo cuando el sorteo le puso a Barcelona en los cuartos de final de la Orejona. Otra vez Barcelona, como en 2014. Sabía que los catalanes eran mejores, por eso los quería en su camino. Para derrotarlos. Y terminó de convencerse de que había una mano celestial cuando el bolillero colocó a Bayern Munich en semifinales, para vengar la caída de 1974. Ya en la final, sólo suplicó que nuevamente fuese Real Madrid el adversario. Se fascinó con la idea de que había algo reparador en la sucesión de rivales. Si soñaba con un camino hacia la gloria, era exactamente este. Si había revancha, debía ser perfecta.

"Las finales no las elegimos, están para ganarlas", martilla Simeone. Y lo dice desde siempre. Acaba de perder la más importante de su vida en el Giuseppe Meazza, el otro patio de su casa. Porque esta era ideal. "suprema", como él mismo confió. Por eso después de los penales eligió la flagelación deportiva: "Del segundo no se acuerda nadie, perder dos finales es un fracaso". Imposible compartir ese veredicto, pero a él le importa lo que le corre por sus tripas. Es así, apasionadamente desproporcionado. "El que gana es el...

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