Champions League. Chelsea-Manchester City, una final que reúne la pasión inglesa por el fútbol y el músculo económico de sus dueños

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Por quinta vez en menos de una década, la Champions League se definirá entre dos equipos de un mismo país. Inglaterra monopolizó dos de las últimas tres finales, símbolo de un poderío que surge de la fusión de su ancestral pasión por el fútbol y su robusto músculo económico. Atrás quedaron los tiempos de la vieja Copa Europa, que solo reunía a los campeones de cada liga. A medida que el negocio y la industria fomentaron el gigantismo de la competencia, con más participantes, pasó a ser frecuente que el partido por el título enfrente a dos representantes de una misma liga.

El choque entre Chelsea y Manchester City de este sábado, a las 16 de la Argentina, trae otro tipo de novedades. Después de la burbuja sin público de la temporada pasada en Portugal para salvar un calendario que corrió riesgo de cancelarse por la pandemia, el estadio Do Dragao, de Oporto, abrirá sus puertas a 12.000 hinchas ingleses.

Torneo muy respetuoso de la tradición y las viejas jerarquías, esta vez renovará el paisaje en lo referente al nombre del campeón. Mientras Manchester City llega por primera vez a un final, Chelsea aspira a agregar una segunda Orejona a la que obtuvo hace nueve años, tras superar por penales a Bayern Munich. De hecho, la entidad londinense fue la última en inscribir un nuevo nombre en la lista de ganadores, que es encabezada por Real Madrid (13 títulos), seguido por Milan (7) y Liverpool y Bayern Munich (ambos con 6).

La Champions League conserva su condición de buque insignia de la UEFA en el nivel de clubes, luego de haber soportado el torpedeo de la abortada Superliga, que iba a aglutinar en un sistema cerrado de competencia a 12 de los clubes más poderosos de Europa. Entre ellos estaban el City y Chelsea, que se bajaron tan pronto como se habían subido al proyecto elitista que llevaron adelante Florentino Pérez (Real Madrid) y Andrea Agnelli (Juventus). Aunque la Superliga prometía mayores recompensas económicas para sus participantes, la Champions atesora una gloria deportiva que seduce por igual al City y Chelsea.

Además del choque deportivo, la definición propone múltiples ángulos de interés.

Román Abramovich, que supo tejer una fortuna con yacimientos gasíferos y petrolíferos en la época del ex presidente ruso Boris Yeltsin y ahora es amigo de Vladimir Putin, con 36 años compró Chelsea en 2003 por 200 millones de euros. Fue un precursor en el desembarco de los grandes capitales extranjeros, muchas veces sospechados de su falta de transparencia. El fútbol le daba a Abramovich lo que pretendía: invertir e instalarse en una gran capital europea y erigirse en la cabeza visible de un proyecto que iba a sacar al club londinense de la medianía que atravesaba.

Con Abramovich, Chelsea conquistó cinco de las seis Premier League de su historia, cinco de las ocho FA Cup y la citada Champions. En más de 15 años aplicó una agresiva política de contrataciones de refuerzos y al frente de los planteles puso a varios de los entrenadores más calificados del mercado, como José Mourinho (dos ciclos), Luiz Felipe Scolari, Guus Hiddink, Carlo Ancelotti, Rafa Benítez, Antonio Conte y el actual Thomas Tuchel.

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