El cepo tan temido

El fabricante de productos de consumo masivo se indigna en silencio. Acaba de leer que Augusto Costa, secretario de Comercio, dijo públicamente que . Enseguida, acto reflejo, se zambulle sobre el teclado y redacta a LA NACION un correo que llama a la lectura ya desde el subject: "¿Este Costa me está jodiendo?". Se siente defraudado. Es un empresario nacional, , y desde el Palacio de Hacienda le han prometido varias veces que su pequeña firma no correrá riesgo. Pero una cosa es el discurso, y otra, esa máquina china decisiva para su línea de producción que se averió hace unos días y cerca estuvo de parar, necesitada de repuestos. Eran no más de 2000 dólares en importaciones que nadie le autorizaba. Se arroga entonces una idea brillante. Dice que llamó a un socio que tiene en Uruguay, que le pidió que importara las piezas y que fue a buscarlas él mismo: las cargó en el baúl del auto y las trajo. Su prosa es más elocuente que decorosa: "Póngame eso en algún artículo, sin revelar la fuente -pide en su correo-. Este micromanagement que hacen de la macroeconomía es tan pelotudo que me da mucha bronca leerlos haciéndose los boludos. ¡Que vayan a controlar el Buquebus!".

No parecería un mal destino para los sagaces perros flat coated retriever que Ricardo Echegaray trajo de Noruega y adiestra en Tandil. Porque esta modalidad de contrabando ha proliferado este año en el sector fabril. Días antes, un metalúrgico había traído con el mismo ardid una pieza que cuesta 73.000 dólares y que, a simple vista, para los ignorantes del tema, tiene fisonomía de termo de agua caliente. Se subió a la camioneta, cargó una heladera de picnic, la llenó de gaseosas y mezcló ahí lo imperialista y lo autóctono: la Coca-Cola y el supuesto termo para el mate. El capital no tiene ideología.

El cepo cambiario, prohibición cuya existencia el Gobierno ha negado mil veces, recrudeció en las últimas semanas. Por necesidad, pero también por estrategia: a la falta de dólares, el Palacio de Hacienda le sumó su pretensión de trazar contrastes entre Juan Carlos Fábrega, el ex jefe del Banco Central al que Axel Kicillof acusaba de condescendiente con el sector financiero, y su reemplazante, Alejandro Vanoli. El Gobierno necesitaba divisas y no hubo más remedio que frenar un poco más la salida de dividendos, regalías y pagos al exterior. "Hay que aguantar hasta que termine el año", se excusó Vanoli ante empresarios. El torniquete permitió recomponer algo las reservas, que volvieron a...

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