Cara a cara con Cristina

El fantasma de mi padre visitaba la casa de mi hermana. Había encendido alguna vez una luz del quincho, y se quedaba acodado en la pared del cuarto de mi sobrina a vigilar su sueño sereno mientras el perro lo miraba hipnotizado. En mi familia no creen en fantasmas, y mi padre murió hace cinco años después de 33 días de agonía. Marcial está en un nicho de la Chacarita, y yo me he resistido durante todo este tiempo a visitar ese lugar frío e impersonal donde sé que ya no queda nada de aquel millonario sin plata, aquel hombre inefable y valiente que me rompió el corazón yéndose temprano por culpa de una maldita enfermedad pulmonar contraída durante 1945 en los túneles ferroviarios de España. Sin embargo, su viuda lo visita con frecuencia y no está tan convencida de que los espectros no deambulen a su antojo por este mundo. Al enterarse de que las luces se encendían solas y también de que soñaban con que mi padre se acodaba en aquella pared, Carmen se vistió rápido, compró unas flores y se dirigió al cementerio. Cambió el agua del florero, colocó las clavellinas, rezó un Padrenuestro y dijo ante la lápida: "Viejo, no molestes más a los chicos, quedate aquí tranquilo". Y a partir de ese momento, los fenómenos paranormales cesaron. Es que mi padre jamás resistió un reto de mi madre. Tampoco yo he podido resistirlo a lo largo de tantas décadas en este difícil oficio de hijo y de biógrafo. Socialista española de toda la vida, nunca le cayó bien la prepotencia de los Kirchner, y me pedía hasta hace poco una y otra vez que denunciara sus atropellos. En la última Feria del...

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