El capricho que tiene al país en vilo

Como hacen los padres débiles con un hijo que, ajeno a los llamados de la razón, no se conforma con nada y siempre va por más, a Cristina la hemos echado a perder. Primero, su círculo más cercano de arribistas y aduladores. Después, el resto de nosotros. Atenazada por el temor o el miedo, o narcotizada en la más peligrosa de las indiferencias, la sociedad argentina -instituciones, oposición, empresarios, simples ciudadanos- le ha permitido demasiado. Así, la Presidenta que asumió en 2007 con la promesa de un saneamiento institucional no tardó en dar el banquinazo y a partir de allí fue vulnerando, paso a paso, límites cada vez más graves. Consintiéndolo, hemos ido alimentando una bulimia de poder e impunidad que, según parece, sólo se sacia ahora con la promesa de un reinado eterno. Por eso, cuando de pronto el límite llega a través de una autoridad como la Corte Suprema, la reacción es atacar esa autoridad y desafiar el llamado a la razón y a la ley con la amenaza de que "más temprano que tarde" se obtendrá lo que se desea.Hay en esa pataleta -disfrazada con sonrisas y pasos de baile- un grado de irracionalidad y de inmadurez que aterra porque se trata, vaya paradoja, de la máxima autoridad del país. Del discurso que Cristina dio el Día de la Bandera se desprende que es una mujer inteligente para manipular la realidad a su antojo, lo que no es novedad. Pero en las palabras de la Presidenta en Rosario hay algo que se destacó mucho más que su inteligencia, y es el hecho de que para ella no hay nada que pueda estar por encima de su deseo. Nada -ninguna fuerza, ningún argumento, ninguna ley, por más suprema que sea- puede obstaculizar su voluntad. Cristina, hoy, es una mujer más caprichosa que inteligente.Tan esclava de sus caprichos quedó la Presidenta que para ella lo demás no existe. Tampoco existen los demás. Sólo alguien obnubilado por su persona puede decir, en un país en que el transporte público es un insulto cotidiano a la gente de a pie, que le gustaría que todos viajaran en helicóptero para apreciar los avances edilicios de la pujante Rosario. Alguien debería avisarle que aquí la gente no viaja mejor que en Brasil, donde, sin accidentes trágicos de por medio, el suplicio del transporte dio pie a una protesta que sacude al gobierno de Dilma. Lo que sí le soplaron a la Presidenta es que en Rosario no sólo hay edificios imponentes. Entonces enmendó en Twitter: también vio villas y barriadas pobres, "lo que queda por hacer". No pudo con su genio y...

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