De canceladores, dioses y sus efectos psicológicos

El gran dedo acusador de aquel Dios que nos retaba y castigaba se diluyó a fuerza de modernidad. Ocurrió que en el devenir de la historia gran parte de la población dejó de lado esa sesgada interpretación de lo divino y se atrevió a "salir a jugar", sacudiendo el agobio de la religión mal entendida, que suprimía la fluidez de la vida llenándola del miedo al pecado y al oprobio.Se suponía que esa modificación cultural abriría terreno al libre pensamiento, habilitando a poder jugar con conceptos, ampliar fronteras y confiar en que el mundo tenía una mayor capacidad que antaño para aceptarnos como éramos. Si ese cambio se usó bien o mal es otro tema. Lo que sí afirmamos es que se creyó que la posibilidad de ser más libres estaba allí, al alcance de la mano, y atrás quedaba la oscuridad del terror que suprimía ideas y perspectivas.Pero no. Fue una ilusión nomás. Es que, más allá de las innegables mejoras, en muchos sentidos hemos "cambiado de amo, sin dejar de ser perros" y ahora la actualización de aquella divinidad mala onda que castigaba desde "afuera" y se metía en nuestras mentes para generar una oscura vivencia de pecado irredimible se llama "cancelación".No se la encuentra en iglesias o libros, sino que está en todos lados, desparramada en un inaprehensible territorio a veces llamado "las redes" o "los medios", o en las propias mentes de los supuestamente liberados. Genera alivio que la cosa vaya teniendo un nombre: cultura de la cancelación. Así lo han denominado los que se percatan del despropósito. Hasta hace poco era simplemente una fuerte intuición de que si se decía algo que no condecía con un código ideológico disfrazado de ética, algo malo pasaría, y que había que pensar una, dos y cincuenta veces las cosas antes de decirlas para no ser lapidado con adjetivos atroces y arrojado al destierro laboral, afectivo, intelectual o social.Fueron los grandes valores éticos, las intenciones nobles, los afanes de cuidado y reivindicación de dañados y...

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