La camiseta argentina, ícono de globalización

Después de un accidentado partido de fútbol entre amigos, el protagonista de la novela terminó en el hospital. El diagnóstico es claro: fractura de clavícula, y mientras el doctor prepara la intervención, una enfermera le empieza a cortar la camiseta. En ese momento, el jugador amateur solo piensa en dos cosas. La primera es el reto que recibirá de su mujer que le había anticipado que si seguía insistiendo con hacerse el pendejo iba a terminar con una lesión grave. El segundo motivo de preocupación es mucho más terrenal, pero igual de mortificante: le van a cortar la camiseta oficial de la selección argentina que acaba de estrenar. Contado así, no parece raro. Lo llamativo es que el accidentado no es porteño ni rosarino, sino un noruego que nunca pisó la Argentina.

La escena que cuenta el escritor Karl Ove Knausgård en su novela autobiográfica Mi lucha es una muestra de la globalización que vivió la camiseta argentina de fútbol. De la mano no sólo de Messi sino también de los millones de Adidas, la remera a bastones celestes y blancos (y próximamente una alternativa de color negro que Adidas se prepara para lanzar en Rusia 2018) se convirtió en una marca registrada a nivel mundial, que es posible de ser encontrada en los rincones más insólitos del planeta.

La relación entre la selección de fútbol y la corporación alemana es uno de los matrimonios más duraderos del país. El primer contrato se firmó 1974 en vísperas del Mundial de Alemania, aunque a lo largo de más cuatro décadas no faltaron un par de infidelidades. Una pasó sin pena ni gloria como fue la relación que mantuvo la Selección con Reebok en el Mundial de Francia 98 que se terminó con el tiro que estrelló Batistuta contra Holanda en los cuartos de final. Mucho más recordada fue el affaire con Le Coq Sportif en México 86.

Como si se tratara de la fórmula de la Coca-Cola, los términos del contrato entre la AFA y Adidas nunca se hicieron públicos...