Cambió de los pies a la cabeza

La gente aplaude. La poca gente que se siente en casa en la Bombonera (escenario de unas cuantas celebraciones santas) aplaude, canta, celebra. No hay champagne, apenas agua mineral. Festeja algo mucho más importante que ganar (lo que no es poco, claro, luego de cuatro partidos), mucho más trascendente: recuperar la sonrisa. La alegría: es eso. El viejo Ciclón se mira al espejo y descubre algo impensado: se puede ser feliz. Aun con el descalabro en el que está su club. Aun en el desconcierto dirigencial. Aun en la desesperación de un plantel de corto vuelo. Aun en la llegada de un entrenador (un buen entrenador), contratado como factor milagroso, por sobre su capacidad. Aun en la Promoción, que sigue ahí: es casi su segunda casa desde que empezó el torneo. Celebra, el Ciclón, algo superador: empezar a ser feliz. Descubre esa sensibilidad: jugar con alegría, apartado de la presión de seguir erguido o derrumbarse, como hasta ayer nomás. Ricardo Caruso Lombardi ordenó un par de piezas defensivas, luego del flojísimo andar con Leonardo Madelón en la conducción pero, sobre todo, transformó las caras. Cambió a San Lorenzo, desde los pies a la cabeza.Estimuló las neuronas adormecidas. Le hizo creer a Buffarini (asombrosamente aplaudido por los hinchas) que es un volante con criterio. Le cumplió un anhelo imposible a Alvarado: ser el capitán y (casi, casi) líder de la última línea, sorpresivamente segura. A Ortigoza le recuperó la capacidad extraviada por la Paternal. A Gigliotti (a quien llevó a Argentinos, en su breve y traumático paso) le descubrió los goles hipotecados en el más allá. Pero, sobre todo, le devolvió la felicidad a una formación triste, apagada, derrotada antes de empezar.Lo hizo con un empate de tesorería contra Racing y con la mejor expresión en el torneo frente a Godoy Cruz. Un 3 a 0 estimulante, aunque no debería soslayarse que el equipo mendocino se expuso adormecido, casi vencido desde el inicio. Jugó el Tomba (tiempo atrás, un modelo del interior) como si quisiera perder por goleada: no sólo no tuvo rebeldía sino que apagó las luces casi antes de encenderlas.Si algo modificó Caruso, ese algo fue esencial: la mente. Fresca, atenta, solidaria. Desde su renovada cabeza, entonces, resolvió el partido en un puñado de minutos. Gigliotti, desde arriba...

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