La calle no resuelve el futuro argentino

Hay que desenamorarse de la calle lo más urgente posible.

La idea de que deliberar en la vía pública resuelve todos los temas es meramente virtual y atrasa. Lo único que falta es que a la manía que tiene el peronismo, en cualquiera de sus vertientes, para demostrar su poder de convocatoria reclutando gente, y la izquierda, infinitamente más minoritaria, pero siempre presta a sumar al malestar callejero, los ciudadanos sin militancia -esencialmente pertenecientes a la clase media- se envalentonen con marchas a repetición, como la del sábado de la semana pasada.

La representación teatral de los estados de ánimo de una sociedad en la vía pública deben quedar reservados a acontecimientos excepcionales. Cuando la ocupación de la calle es constante, como ha venido sucediendo en las últimas semanas, termina siendo contraproducente porque se resquebraja lo más elemental de la vida en sociedad: el respeto por el otro, la libertad de circular y el derecho a llegar a tiempo a las obligaciones laborales y educativas, amén de poner en riesgo extremo la atención de emergencias. Anteanoche, en el programa Animales sueltos, el ministro Hernán Lombardi reconoció que marzo fue "bravo" para el Gobierno por esa ocupación callejera sin pausa, agravada por consignas persistentemente destituyentes.

Las interpretaciones demagógicas del tipo "que se jorobe la república de los automovilistas", que pulula del lado supuestamente progre de las redes sociales, choca contra el salvaje extremo opuesto, que encarna el animador Baby Etchecopar, que en reciente arenga radial reveló que "cada palazo en el lomo de esta gente, nosotros lo disfrutamos y gritamos «gol» en casa", en referencia a la represión de la Gendarmería a los manifestantes que cortaron la Panamericana durante el paro general de la CGT el jueves último.

El primer argumento deriva de una visión elitista, prejuiciosa y reduccionista de la realidad: pretende hacer creer que los piquetes sólo fastidian a multimillonarios que viajan en autos de alta gama. Se olvidan de los colectivos repletos de trabajadores, de los camiones y camionetas de reparto de mercaderías, de los taxistas que se quedan atrapados horas en los permanentes caos de tránsito que se generan, de las combis escolares, de las ambulancias, ómnibus de larga distancia y tantos autos particulares que no están paseando -¿y qué si están paseando?- y cuyos pasajeros sólo intentan llegar a sus destinos para cumplir con sus obligaciones.

El segundo...

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