Buscando al enemigo: de Satán al derecho penal cool

AutorEugenio Raúl Zaffaroni
1. Los diferentes aspectos del poder punitivo

El ser humano no es concebible fuera de relaciones interactivas (de cooperación o conflicto) que van creando estructuras de poder que aparecieron en sociedades pequeñas (tribus, clanes), se extendieron a otras más amplias (nacionales) y por fin abarcaron el planeta. Avanzaron desde el siglo XV en forma de colonialismo, desde el XVIII como neocolonialismo1 y desde el XX como globalización2, en cada momento precedidas por una transformación económica, política y social, llamada revolución (mercantil, siglos XIV/XV; industrial, siglo XVIII; y tecnológica, siglo XX), como puntos de un mismo proceso expansivo del poder3.

El ejercicio del poder planetario necesitó siempre cierta forma de poder interno en las potencias dominantes, pues no se puede dominar sin organizarse previamente en forma dominante. Por ello, Europa, para iniciar el proceso de mundialización del poder, debió antes reordenar sus sociedades en forma de alta jerarquización, muy semejante a una organización militar (corporativización de las sociedades)4, para lo cual retomó un poder interno que se había ejercido por la gran potencia conquistadora (Roma) y que a su caída había desaparecido5: el poder punitivo.

Ese formidable instrumento de verticalización social dotó a las sociedades europeas de la férrea organización económica y militar (y de la homogeneidad ideológica6) indispensables para el éxito del genocidio colonialista. Ni Roma hubiese podido conquistar Europa, ni ésta hubiese podido conquistar América y África sin la poderosa verticalización interna que resulta de la confiscación de las víctimas para neutralizar a los disfuncionales. Sin este instrumento tampoco hubiesen controlado a los países colonizados, donde asumió formas jerarquizantes propias para convertirlos en inmensos campos de concentración. Los ejércitos conquistadores son sólo la expresión más visible de otros mucho mayores que son las mismas sociedades o naciones colonizadoras, estructuradas corporativamente, jerarquizadas y dotadas de una ideología única, que no admite disidencias. Estos ejércitos inmensos se armaron a partir de células controladoras pequeñas (familias) en las que mandaba un suboficial (pater) al que se sometían las mujeres, los viejos, los siervos y esclavos, los niños y los animales domésticos, todos inferiores biológicos al pater, que según el derecho civil tradicional, respondía por los daños causados por sus subordinados. De allí la importancia del control de la sexualidad, la misoginia y la homofobia como elementos disciplinantes, a los que se dedicaron desde la edad media más espacio que a la regulación de la propiedad7 en los textos legales y en la manualística8, obsesionados por reprimir toda manifestación dionisíaca, considerada diabólica9.

Pero cuando se analiza el fenómeno de expansión del poder planetario desde la perspectiva de su instrumento verticalizante ordenador, que es el poder punitivo, suelen confundirse aspectos que, si bien no son independientes, porque interactúan, son esencialmente diferentes. No puede comprenderse un ejercicio de poder en constante expansión si se confunden niveles que corresponden a las diferentes agencias de su heterogénea composición. Para aproximarse a su realidad, es necesario distinguir, al menos, tres niveles o perspectivas: (a) una cosa es el ejercicio real de la represión, es decir, la criminalización secundaria o individualización de personas sobre las que ésta recae, sea en forma de castigo, muerte o dolor físico, legal o ilegal impuesto por agencias ejecutivas; (b) otra es lo que prescriben las leyes, o sea, la criminalización primaria o legislación represiva o penal, que configura el deber ser producido por órganos emisores de leyes (parlamentos, autócratas, etc), y que nunca coincide del todo con el ser de la represión; (c) y otra, diferente de las anteriores, es lo que teorizan los autores de discursos legitimantes o críticos, es decir, el discurso jurídicopenal o ideológico, que surge básicamente de las agencias de reproducción ideológica (academias, universidades, etc.). (d) A esto debe agregarse la publicidad o propaganda del sistema penal, que se presenta a la llamada opinión pública como protector o custodio, en éste o en el otro mundo, llevada a cabo por diferentes agencias (desde las prédicas en las iglesias, bandos en las plazas, arengas de curas de pueblos, etc., hasta la sofisticada publicidad contemporánea, pasando por el teatro10).

Sólo desde una perspectiva de conjunto que abarque los cuatro niveles señalados se percibe el curso del poder planetario como una permanente búsqueda del enemigo, sin que lo obstaculice el permanente cambio de nivel analítico, que es una trampa que impide comprender el fenómeno en su totalidad11. Pero desde la perspectiva de esta totalidad se percibe que estas sociedades corporativizadas se lanzaron contra enemigos externos e internos: los externos fueron los destinados a ser dominados; los internos fueron todos los que debilitaban la alucinación del momento, constituída por la emergencia de turno12.

Si bien la cuestión del enemigo se sincera y racionaliza discursivamente en el siglo XIX con Garofalo y en el XX con Carl Schmitt13, la búsqueda e identificación de enemigos fue tarea permanente del poder punitivo a lo largo de los últimos ocho siglos. La relación entre sociedades corporativizadas, unas para dominar y otras para ser dominadas, no pudo ser sino de guerra, y ésta supone enemigos. El delincuente es definido como el enemigo interno, en tanto que el soldado ajeno es el enemigo externo14. El delincuente es el quinta columna que quiebra la homogeneidad ideológica del frente interno. Para quien define el poder como poder de identificar al enemigo, no hay posibilidad alguna de utilizar el poder para dar vigencia a los derechos humanos, pues éstos no tienen enemigos, por abarcar a toda la humanidad, y su uso no sería más que la pretensión de dejar fuera de la humanidad a quienes los violan15. Con toda razón se ha dicho, medio siglo antes de Schmitt, que quem procura o fundamento jurídico da pena debe tambem procurar, se é que já nao encontrou, o fundamento jurídico da guerra 16.

2. Las etapas coloniaslista y neocolonialista

El discurso teocrático presentaba al genocidio colonialista como una empresa piadosa, pero mataba a los disidentes internos, a los rebeldes colonizados17 y a las mujeres díscolas18. El enemigo de esta empresa era el diablo19. Como Jesús es una víctima del poder punitivo y no un dios guerrero, le inventaron un enemigo guerrero, jefe de un ejército de demonios, para legitimar los ejércitos en el nombre de Cristo20. Esta invención se montó sobre el prejuicio europeo, que desde antiguo creía en los maleficia de las brujas21, admitido y ratificado por los académicos de su tiempo22.

El poder legitimado por estos discursos se ejerció en la forma de genocidio (eliminación de la mayor parte de la población americana, tráfico esclavista africano23, destrucción de las culturas precoloniales de ambos continentes)24. Su ejercicio puso en marcha una economía extractiva que proporcionó materias primas y medios de pago25, lo que dio origen al capitalismo moderno, debilitando a las potencias colonizadoras y fortaleciendo a las neocolonizadoras26.

El poder pasó de España y Portugal al centro y norte de Europa, la clase capitalista se alzó contra la nobleza colonialista, el poder planetario privilegió las relaciones económicas y relativizó el dominio político, reemplazándolo en buena parte por el económico. El poder punitivo tuvo un papel central en los cambios estructurales internos de las sociedades neocolonialistas: primero las nuevas clases productivas lucharon para debilitar el ejercido sobre ellas (discurso del liberalismo penal, fundado en el contractualismo y el racionalismo); pero más tarde estas mismas clases lo revitalizaron para contener a las poblaciones concentradas en las ciudades frente a las riquezas allí acumuladas y para someterlas al entrenamiento que las convertiría en asalariados27.

Se generalizó la prisión28, para controlar a las clases peligrosas se inventaron las policías29, se invirtió el espectáculo penal: las penas dejaron de ser públicas y los juicios se mostraron en un escenario previamente determinado30, aunque no se renunció al inquisitorio, que se mantuvo con la figura del policía instructor.

Los insubordinados y disidentes pasaron a ser inferiores biológicos31, igual que los colonizados32, y a ellos se destinaron instituciones totales. Se consideraron subhumanas a las mujeres33 y a las minorías sexuales34. Los médicos dotaron de discurso académico a la policía35 -institución nueva y sin discurso propio36- y la divulgación científica en la escolaridad y en la prensa operó como propaganda. La legislación inventó las medidas de seguridad, o sea, penas que no eran penas, para neutralizar a los inferiores. Los académicos teorizaron que los enemigos internos eran salvajes que nacían por accidente biológico en las sociedades dominantes37.

En los países neocolonizadores las instituciones totales asumieron la forma de prisiones y el poder represivo sirvió en la realidad para expulsar buena parte de los enemigos o clases peligrosas europeas: los agresivos fueron relegados a colonias lejanas38 y los meramente sobrantres fueron empujados a la emigración39.

El poder punitivo cumplió un papel central en este momento planetario. La Iglesia Romana había perdido la hegemonía discursiva; la reforma...

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