Bullrich y Stanley, ¿las vices en ciernes?

Es una característica típica de esta época: por más que a una persona se la pueda ilustrar con información documentada y chequeada sobre un tema político en particular, si ya tiene una postura previa férreamente tomada frente a ese asunto, resultará casi imposible que modifique su opinión por más que se le muestren evidencias en contrario.Este peculiar fenómeno funcionaría como una suerte de negación o autoengaño por conveniencia (en el supuesto de que no dar nunca el brazo a torcer por más equivocados que estemos pueda a la larga resultarnos conveniente).Así como existen las fake news, ¿nos sometemos por voluntad a razonamientos mentirosos con tal de salvar a los nuestros y atacar a los de la vereda de enfrente?Sucedió hace unos días con la famosa foto que agitó Leopoldo Moreau cuando se trataba en la Cámara de Diputados el presupuesto: al principio, los que no querían ni enterarse de si uno de los encapuchados era un efectivo policial se amuchaban en la vereda de los más fanáticos de Cambiemos; cuando quedó claro que la imagen no solo no era de este año, sino que ni siquiera se trataba de un integrante de una fuerza de seguridad, los que pretendieron dar vuelta la página rápidamente fueron los sectores de la oposición y entonces sí los ultramacristas, particularmente en las redes sociales, se relamieron con el tema. Ni unos ni otros se apasionaron con saber la verdad, sino solo si les convenía utilizarla como una filosa lanza contra el enemigo. De lo contrario, la denostaban.La aparición de las redes sociales agudizó este tipo de conducta con sus intensas interacciones que combinan lo lúdico con la agresión, el cinismo y, cuando no, la mentira lisa y llana. De la grieta en adelante, la dinámica de la horizontalidad virtual incita a procederes más tramposos.Lo que no entraba dentro de ningún cálculo es que este tipo de comportamiento pudiera colarse también en un ámbito supuestamente bien informado como el mismísimo gabinete nacional.Veamos el caso de las eventuales ayudas a los grupos piqueteros. Persiste la leyenda de que , la reforzada ministra de Desarrollo Social, y ahora también de Salud, sigue repartiendo plata para que sus cúpulas, a su vez, después la distribuyan a gusto entre sus miembros.Pero eso ha dejado de ser así desde 2016 y hoy existen 261.000 beneficiarios a los que se les deposita en sus cuentas $5600 al mes. Todos están registrados en la Anses y esa base se cruza permanentemente con la de empleo e ingresos. Durante 2019...

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