La bendición de una Argentina maldita

Lionel Messi es la bendición de una Argentina maldita. Y, como bendición que es, el único camino es que tarde o temprano renuncie a su renuncia. Lo hará apenas se dé cuenta de que, sin él, la Argentina es una selección de segunda línea.

La maldición es doble: la de una selección que no puede rematar su trabajo en las finales y la de un jugador de otro planeta que quedó anoche injustamente marcado como responsable clave de esa derrota.

Messi falló el primer penal, sí, precisamente ése que podía darle una ventaja vital a la Argentina tras 120 minutos estériles para ambos bandos, 240 si se suma la final de Santiago 2015, 360 de la Argentina si se añade la del Maracaná en 2014. Y está el recuerdo de la caída por 3-0 en 2007 ante Brasil. Tragos amargos, pero sin Messi -claramente el mejor anoche- no se llegaba en East Rutherford a la definición por penales, sin Messi la Argentina no hubiera tenido las posibilidades que, pese a todo, tuvo. Aunque engañe, porque muchas veces no parece humano, a veces puede fallar. Sucedió en el tiro penal, pero fuera de eso la responsabilidad de esta nueva caída no es precisamente suya.

Hiperrodeado y demasiadas veces solo, Messi vio anoche como Higuaín fallaba un gol relativamente sencillo por tercera final consecutiva. Y, como en el Maracaná dos años atrás, vio entrar a un Agüero -amigo y socio en el ataque- que defraudó, aunque el propio Leo hiciera lo imposible por convertirlo en héroe. Aquella pelota milimétrica a la cabeza del Kun fue la más clara del partido, y llegó ahí gracias a Messi.

Un Messi que a los 28' dejó a Chile sin su eje, Marcelo Díaz, provocando dos amarillas, un Messi que cargaría al rival con otras tres amarillas más. Un Messi que quitó, trabó, luchó, asistió, bajó incluso pelotas de cabeza al área, no acertó sus tiros libres y falló llamativa y groseramente en el penal.

Tiempo atrás, plantearse el escenario de una Argentina perdiendo dos finales consecutivas en menos de un año ante Chile hubiese sonado a ciencia ficción. Pero es así, es real, y eso habla del funcionamiento de una selección que no termina de aprovechar al mejor del mundo cuando las papas queman.

Ahora, con un nuevo fracaso, insistir en el asunto cobra valor: Messi molestó a millones y millones de argentinos durante años, y lo mejor que podría pasarnos es que siga haciéndolo.

Molesta, sobre todo, porque no resiste la comparación con Maradona. Ese rostro sereno, esa sonrisa sin aparentes segundas intenciones, ese lenguaje no...

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