La batalla diaria que espera la ley del banco de alimentos

Una brisa gélida calaba hasta los huesos en aquella mañana gris. Desde bien temprano un grupo de hombres y mujeres apostados en el ingreso del Mercado Central de Buenos Aires desafiaba el frío a la espera de las primeras instrucciones. Hermanados por la solidaridad, habían llegado desde los confines más empobrecidos del conurbano para cargar el excedente de frutas y verduras que los puesteros estaban dispuestos ese día a donar."Doña, usted no se imagina cómo aumentó la necesidad de la gente en estos últimos meses", cuenta Estela, responsable de la ONG Cosas de Duende, en Banfield. Marcela, de Barrio La Loma, en Ciudadela, asiente. "Nosotros arrancamos dando de comer a 30 familias. Hoy son 200", se aflige. "Hay mucha hambre. Sabemos que solo un plato de comida por día no es suficiente, nos gustaría dar más, pero no damos abasto", se lamenta Gloria, de la Asociación Jesús es Vida, encargada del comedor Los Pollitos, del barrio La Matera, en Solano."¡Salieron zanahorias en el puesto 14!", exclamó, handy en mano, Marcelo Benedetti, jefe del Departamento de Acción Comunitaria del Mercado Central. En un santiamén todos se treparon a sus vehículos -dos camiones municipales, una camioneta, una van, un ómnibus fuera de servicio y un automóvil algo desvencijado- y partieron en tropel hacia el primer destino.Hasta el mediodía, la caravana se desplazó por casi una decena de puestos a la caza de la mercadería: zanahorias primero, después ajo, luego un decomiso de uvas, otro de peras, batatas y papas. Los ingenieros en bromatología del Mercado Central habían previamente controlado que estuvieran aptos para consumir. Los muchachos cargaban los bolsones; aquel era un día de suerte, afirmaban. Otras veces, en cambio, el periplo es demasiado corto, con apenas uno o dos puesteros dispuestos a donar.Lo cierto es que la mayoría prefiere desechar la mercadería sin vender en los volquetes de basura. "Esto nunca debería pasar en nuestro país", se lamenta Benedetti, jefe del operativo. La postal se repite en cada una de las naves del Mercado: mujeres y chicos hurgando dentro de esos contenedores para rescatar lo que se pueda comer. O vender. Bolsa en mano, Darío, de González Catán, revolvía rápido entre las cebollas que uno de los puesteros había arrojado al volquete. "Está buena, la limpiamos un poco y listo", dijo, sonriente.Una de las paradojas más lacerantes de la Argentina es que, con 10 millones de pobres y otros 2 millones de indigentes, se desperdicien o se...

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