De barro somos

Hay algo en la mirada y en la sonrisa de Andrés Paredes que se parece mucho a la felicidad cuando comienza la recorrida por Barro memorioso, su última muestra en el Centro Cultural Recoleta. Tal vez porque el artista nacido en Apóstoles, Misiones, ha logrado reunir en la instalación muchas de las fantasías, sueños, temores, presencias y ausencias de su niñez. Es el barro con el que los pueblos originarios construían sus casas de tierra húmeda mezclada con la caña tacuara para levantar paredes selladas, herméticas y frescas, como estos pequeños iglúes trabajados a la medida de la Sala 11.

El visitante puede asomarse al interior iluminado por una luz lunar y descubrir el universo de huesos, mariposas, cristales y fósiles. Una memoria cifrada en la que el artista mezcla sus propios recuerdos y la fascinación por los "objetos" de su padre médico. Ese muestrario arqueológico, por momentos caótico, está organizado prolijamente con la obsesión de un demiurgo estetizante. El barro se lama ñau. Son más de 300 kilos que ha transportado desde su tierra natal hasta este centro urbano y cosmopolita agitado por una multitud de visitantes.

No hay verano de persianas bajas para el CCR. A los visitantes habituales se suma la marea de turistas de todas las nacionalidades que circulan por la sala y terminan la noche en la terraza, compartiendo las mesas colectivas de Camping, el último destino gourmet de Recoleta, con aspecto de kermese bávara.

Andrés Paredes (1979) reconoce que esta nueva entrega, como sus bellísimas tramas tejidas a la manera de un origami vegetal, tiene en la naturaleza la fuente de inspiración. De aquella serie selvática salieron las dos obras que integran hoy la colección de la reina de Holanda, Máxima...

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