Banderillas

A veces la vemos venir. De pronto, la embestida de la realidad parece tan inminente y tan inexorable que sentimos el impacto antes de que se produzca. Tensamos entonces los músculos de la cara y otros también, nos fruncimos, como si esa anticipación pudiera morigerar un dolor inevitable que, aunque no haya llegado todavía, ya está en nosotros. Algo de eso parece estar experimentando este gallardo banderillero, que pasó de la ofensiva a una retirada agónica acaso para el delirio de una tribuna caliente, que acudió a la plaza sedienta de un espectáculo que justificara el pago de la entrada. En este trámite, de poco le valen al hombre...

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