Balboa, tras la última frontera del mundo

Jerez de los caballeros, Badajoz.- En la pila bautismal de la iglesia San Bartolomé, en Jerez de los Caballeros, Badajoz, Vasco Núñez de Balboa recibió el sacramento que lo hermanó al cristianismo. Está aquí la piedra original, cóncava y profunda, en la que fue bendecido. La encontraron durante los trabajos de restauración, entre 1969 y 1972, y fue colocada en este lugar hace dos años, cuando se celebraron los cinco siglos de la gran hazaña de Balboa: haber sido el primer europeo en divisar las aguas del océano Pacífico desde las costas orientales.

Trato de imaginar cómo habrán sido este pueblo y esta iglesia -el azul de los azulejos sobre el ladrillo rojizo de las fachadas, la imponente torre mudéjar- en la época en que Balboa dejó atrás las murallas, las almenas, la Torre Sangrienta que selló el final de este enclave templario, para empezar el camino que, en 1500, a los 25 años, lo llevaría a los barcos, al Caribe, a las costas del Dairén, hoy Panamá, a la desmesura de la Conquista.

Su itinerario no fue tan distinto al de los cerca de 15.000 hombres de esta región, Extremadura, que se sumaron a las expediciones españolas en América. Cortés, Pizarro, Orellana, Valdivia -nombres grandes de esa historia- también eran extremeños. No es que haya aquí nuevas claves sobre sus esfuerzos, su ambición, incluso tal vez sus ideales en medio de aquellas bacanales de crueldad y de gloria. Pero estar en este lugar, entrar en su iglesia, en la casa de la calle La Oliva donde nació, hoy convertida en museo, pone en perspectiva la naturaleza excesiva de la hazaña. Ese salto ciego -el suyo y el de tantos otros- desde el pequeño pueblo amurallado, desde este universo seco en las colinas enjutas y aisladas de Extremadura, al espejismo de quimeras del otro lado del mundo.

Hay algo del Ursúa novelado por William Ospina en este Balboa que, como aquél, no se fue de España para huir de la pobreza, que conocía el arte de la espada, pero también el de la lectura y la escritura, y que una vez en América usó todas esas artes, más su carácter y su astucia, también su violencia, para imponerse a los nativos y a las traiciones que la codicia había desatado entre los conquistadores. Fue criador de cerdos, polizonte, adelantado, alcalde, fundador de ciudades, improvisado constructor de naves, aventurero y expedicionario en selvas hostiles e inaccesibles, y alcanzó la gloria con su proeza más recordada: haberle enseñado a Europa las aguas del mítico Mar del Sur.

Como el...

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