Bajo la 'grieta' hay un choque de democracias

Los Adoradores y Adoratrices de la Santa Revolución Bolivariana son una grey multitudinaria y activa en nuestros pagos, y de esa fe ciega y asombrosa que prescinde de cualquier dato de la realidad derivan, aunque no lo parezca, las pulsiones que nos dividen. Y que ya no caben en la palabra "grieta", ocurrencia lanatista para definir en tiempo real las consecuencias de aquella política de Estado destinada a elegir un caudillo infalible, crear un enemigo, partir a la sociedad en dos y sumirla en un antagonismo perpetuo: tácticas que Laclau aprendió del primer Perón y del trotskismo nacional y que luego perfeccionó en su confortable departamento de Londres, y que los Kirchner ya habían adoptado con las entrañas sin haber leído una sola página de su hermética apología del populismo. El proyecto chavista, que está sentado sobre una fabulosa fuente de petróleo, tomó a Venezuela con 50% de pobreza, generada por el neoliberalismo y el Consenso de Washington, y la elevó al 82% solito y a pulso con su nacionalismo de opereta. El ingreso promedio no alcanza para cubrir la alimentación en más del 90% de las familias venezolanas; la miseria y el descontento son actualmente reprimidos por pistoleros de civil o a punta de bayoneta; un ardid convierte en letra muerta las leyes del Congreso y los principales referentes de la oposición están presos o proscriptos. Los kirchneristas continúan reivindicando ese desastre, y los peronistas híbridos no saben repudiarlo sin rodeos.

La fascinación es menos emocional que ideológica: la tara autoritaria del partido único que se cree la patria y que por lo tanto somete a la "partidocracia cipaya" sigue vigente y es solidaria con Maduro aun en estos días de vergüenza y horror. Por eso no debe confundirse aquella "grieta" primigenia, que tiene un carácter social y hasta psicológico, y que cristaliza de algún modo los enconos del post ballottage, con la verdadera disputa que se juega actualmente en la Argentina: un choque de democracias. Acaso como nunca en su historia, nuestra nación delibera ardorosa y genuinamente sobre dos destinos posibles: la democracia hegemónica que nos trajo hasta este fracaso, y la democracia republicana, que nunca tuvo una chance de gobernabilidad. Criticar o encubrir la catástrofe chavista forma parte de ese litigio. Y peca la Iglesia de buenismo parroquial y de algunas omisiones graves al intentar ponerse por encima de la gran polémica sin entender que el rompimiento de amistades dentro y...

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