Báez y Sala, caras de la misma moneda

Desde aquella imagen de un Néstor Kirchner embelesado por la consistencia material y simbólica de una caja fuerte hasta las fotos actuales de Milagro Sala y Lázaro Báez, hoy caídos en desgracia, todo enseña que el matrimonio patagónico manejó el país según un credo elemental pero efectivo: si el poder es someter la voluntad del otro a la propia, eso se consigue con dinero. Poder y dinero parecen haber sido los santos más venerados en el altar del kirchnerismo, en cuyos misterios se confundían hasta representar lo mismo. El dinero conduce al poder, aprendió Milagro Sala. Y el poder conduce al dinero, sabe Lázaro Báez. La antigua verdad encarnó esta vez en una versión nac y pop cuya liturgia oficiaban Néstor y Cristina Kirchner, dueños celosos de ambos atributos mientras duró su paso por el paraíso.

Pero todo termina. Caída la fe que sostenía la palabra, quedó expuesto lo que ocultaban el mito fundacional y las sagradas escrituras de tanto profeta. A poco de haber asumido, las nuevas autoridades no salían de su estupor: detrás de cada caja estatal, comentaban en off, aparecía enquistada una mafia mayor o menor que la usufructuaba en su propio beneficio. No es extraño: lo que ocurre arriba se repite abajo. En los distintos niveles del Estado eran muchos, demasiados, los que se entregaban a la misma práctica depredatoria con el mismo fervor religioso. Lo que hace pensar que los dos sumos sacerdotes, grandes conocedores de los recovecos del alma argentina, les hablaron a sus fieles en un idioma que conocían. Buena parte de la revolución se hizo comprando almas que estaban de saldo. Pero con un costo enorme para el país.

Milagro Sala y Lázaro Báez son dos caras de la misma moneda. Una moneda que cae en picada y rueda por el suelo porque perdió el sostén que le daban los fondos ilimitados del Estado. Son dos imperios que se derrumban porque antes, a través del voto, cayó aquel que les daba banca y al cual respondían. Sin el kirchnerismo en el gobierno se les cortó el chorro, el flujo de plata, el lubricante que mantenía aceitado y alimentaba el sistema con el cual la gran dama pretendió, en su mejor momento, ir por todo. Y lo cierto es que fue bastante lejos, hasta que se le agotaron el tiempo y el dinero. Entonces soltó esa moneda que llevaba en un puño y así Milagro Sala y Lázaro Báez, solos y abandonados, perdieron su poder de compra y el respaldo que les daba valor.

En esa moneda, Milagro Sala es la cara del clientelismo. Sentada sobre los...

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