Sin ayuda, también podía

Con esfuerzo y sufrimiento subió el último escalón. Fue el equipo de siempre, atrapado por la inestabilidad emocional y los altibajos futbolísticos que lo acompañaron durante todo el campeonato. Una vez más, las individualidades ocultaron las deficiencias colectivas. No importaron las formas para lograr el triunfo, porque lo valioso, a esta altura del tortuoso recorrido, era el resultado, ascender, terminar con tanto dolor, despojarse de los estigmas. Por eso el grito de desahogo, las lágrimas del final.Pero entre tanto desborde y alegría, la grandeza y la rica historia de River no necesitaba de agentes externos para superar 2-0 a Almirante Brown. La flojísima tarea de la terna arbitral liderada por Alejandro Toia fue determinante para destrabar un desarrollo en el que los temores y las ataduras empezaban a obnubilar a los futbolistas más encumbrados y jerarquizados del equipo que dirige Matías Almeyda. También un factor que desencajó al entrenador Blas Giunta y a los jugadores de Almirante Brown, que con la derrota consumada intentaron agredir a los jueces.En el último capítulo, River, una formación acostumbrada al vértigo, enseñó una versión pausada, que se ajustaba a la experiencia de recluirse en un spa del Delta para quitarse la presión por la definición. Como si la excesiva paciencia adquirida en la isla le hubiera quitado frescura. Se convirtió en un equipo apagado, sin respuestas anímicas, con escasa rebeldía. Ni el contagio de los hinchas parecía alcanzar para despertarlo. Y, como hace casi un año, los fantasmas y los oscuros recuerdos se apoderaron de la mente. Mucho más, tras el triple fallido que compusieron César González y Trezeguet, en dos oportunidades, frente al arco de Monasterio; o luego de esos dos tiros de esquina que pusieron en aprietos al arquero Vega.La angustia se disipó apenas reanudado el partido. Fueron cuatro minutos en los que se modificaron los ánimos. River, a esa altura de la jornada, y por los resultados de los rivales en la pelea por ascender, debía...