Entre ayer y mañana

Mauricio Macri se convirtió ayer en el primer presidente no peronista desde 1983 en hacer un severo balance de la gestión de un gobierno peronista. Desnudó en un discurso eficazmente estructurado y bien dicho los desastres heredados con la precisión de un cirujano, sin frases ofensivas, casi sin adjetivos. Enfático, tranquilo (incluso en los momentos en que las vociferaciones de La Cámpora trataban de inquietarlo), cambió hacia un discurso más carismático y convocante cuando habló del futuro. Herencia y futuro se repartieron casi milimétricamente la hora que le llevó su mensaje anual al Parlamento.

Fue un discurso esperado, más por lo que diría del país que le tocó que por sus promesas, casi todas ya conocidas. No decepcionó.

La asepsia verbal sobre la herencia tiene una razón. Si bien el Presidente necesitaba llevar al conocimiento público cómo había recibido las cosas, también es cierto que requerirá de las distintas versiones del peronismo (con excepción del incorregible cristinismo) para poder gobernar. Si fuera cierto lo que dicen que le aconseja Durán Barba, debe convenirse, luego de escuchar la pieza presidencial, que la influencia del asesor es casi nula. Es real que había una franja de su gobierno más inclinada a ignorar el pasado. Algunos lo hacían pensando en la sociedad argentina, la que, según esos funcionarios, prefiere la alegría y los acuerdos a las malas noticias. Otros suponían que un desgarrador diagnóstico del país recibido provocaría retracción en sectores económicos internacionales, ahora predispuestos a prestarle dólares al Gobierno o a invertir en el país.

El Macri político superó esos planteos con pragmatismo. Lo dijo claramente cuando aceptó que se debieron aplicar (y se aplicarán) importantes aumentos en las tarifas de los servicios públicos. O cuando le trasladó al gobierno anterior la responsabilidad por los inhumanos cortes de electricidad en los calientes días de febrero. El Presidente concluyó, en fin, que no se puede corregir la macroeconomía (con las consecuentes repercusiones en la sociedad) sin explicarles a los argentinos la razón y el porqué. Esa explicación hace, entonces, a su fortaleza política, indispensable para lidiar con el peronismo que controla el Congreso.

Las últimas mediciones indican que el Presidente tiene una imagen positiva del 58 por ciento y su gobierno conserva la aprobación del 64 por ciento de los argentinos. Perdió algunos porcentajes desde principios de enero. Pero son momentos...

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