En Avellaneda crece el enojo por el juego

La gente de Independiente empieza a cansarse. El equipo que dirige Cristian Díaz no carbura. Si bien atenuó su caída libre -tres caídas consecutivas- con el empate sin goles ante Unión de Santa Fe, mereció perder. La reprobación de todo el estadio Libertadores de América fue el fiel reflejo de un presente mustio, plagado de buenas intenciones que no se concretan ni en la cancha ni, mucho menos, en el arco contrario.Las recriminaciones hacia los futbolistas comenzaron cuando Patricio Rodríguez dejó la cancha. El mar de silbidos acompañó su salida. Rodríguez mostró un fútbol pequeñito, más acorde con su diminutivo de Patito que con el futuro de crack que muchos le habían augurado. Rodríguez (¿es enganche?, ¿es carrilero?, ¿es media punta?) es la metáfora del equipo de Independiente. Los Rojos entienden desde su adn que deben atacar con la pelota al piso. Sin embargo, ante la primera frustración, se fastidian y tienden al pelotazo o al centro, presa fácil para los defensores de turno. De eso sabe el uruguayo Nicolás Correa, cuya cabeza habrá quedado como la superficie lunar luego de cansarse de rechazar los envíos cruzados hacia el área que defendió el seguro Limia.Independiente parece haber perdido la frescura. La sensación es que a los buenos productos de su semillero (Monserrat, Vidal, el propio Rodríguez) les faltan serenidad y, a veces, templanza. Tanto que la veteranía de Tuzzio es uno de los pilares en los que se asienta la seguridad defensiva. Claro que a su lado está Velázquez, que destruye, corre y juega por él y por algunos de sus compañeros...

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