Un atlas de palabras

Desde hace años, escribo un libro. En el medio escribí otro. Pero el primero sigue, incesante. A nadie debería importarle que hable de un libro que no existe (claro que existe para mí, pero eso tampoco le importa a nadie). Lo que quiero decir es que es un libro que fue de a poco encontrando su forma y que esa forma no vino para nada de otros libros. "Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo / botón de pensamiento que busca ser la rosa", nos confió Rubén Darío, y su confesión nos condenó un poco a todos a la responsabilidad de perseguir también una forma.

Pero ¿de dónde sacar esa forma? Evidentemente, y por simple contraste como vía de dar con algo nuevo, de nada hecho con palabras. El filósofo Walter Benjamin (no puedo cumplir la promesa que me hice de no volver a citarlo para evitar una erosión mayor de sus escritos) dijo una vez en un famoso curriculum vitae: "En el curso de mis estudios, recibí impulsos decisivos de parte de una serie de textos ajenos a mi esfera de estudios en sentido estricto". Muy bien, de acuerdo, aunque con una salvedad: en mi modesto caso, esos impulsos decisivos no vinieron de textos, sino directamente de objetos ajenos a mi esfera de estudios: la música, el arte no literario, la imagen.

Pero antes de seguir pasemos en limpio algo: Benjamin tuvo probablemente como modelo el cine soviético de la época, sobre todo Serguéi Eisenstein, y Eisenstein mismo no tuvo modelo alguno en su propio territorio. Ojalá pudiéramos recuperar la disposición -la disponibilidad- de Eisenstein, que se vio obligado a inventar algo para su arte sin ninguna referencia en ese arte mismo -el cine- que acababa de nacer. El montaje cinematográfico que acuñó Eisenstein vino desde fuera del cine: de la literatura, de la filosofía.

Dado que yo no soy Eisenstein ni Benjamin, me puse a mí mismo en esa situación: la de buscar un modelo exterior para eso que escribo y que no termino de escribir. Uno de esos modelos no procedió ni siquiera del arte, sino más bien de la historiografía del arte. Me refiero a Atlas Mnemosyne, el conocidísimo proyecto del historiador Aby Warburg hacia mediados de la década de 1920. Si escribo ahora sobre eso es porque ese "estudio", que fue reconstruido primero en lengua alemana por Martin Wanke (¡como si las imágenes tuvieran lengua!) y sacó posteriormente la editorial Akal de España con todo el aparato de explicaciones traducido al español, está ahora completamente disponible...

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