El astuto truco de Fernández que el PJ no entiende

"Los nacionalistas no tienen nada de progresismo", se cansó de explicar Fernando Savater. Como buen señor feudal, Néstor despreciaba desde hacía décadas la ñoñería progre y estaba de acuerdo con el filósofo español sin haberlo leído. La "progresía" se encontraba por entonces en manos de alfonsinistas, desertores del peronismo, desahuciados del estalinismo argento, socialdemócratas sin partido, y de un nuevo "medio pelo" que escuchaba a Silvio Rodríguez en las butacas sin riesgos del Luna Park. Cristina Kirchner, por aquellos años, tampoco comulgaba con esa cultura inespecífica pero prestigiosa, aunque no podía resistir la tentación de perfumarse con su esencia y de soñarse de vez en cuando como una elegante socialista ibérica del Corte Inglés.Kirchner sostenía, acertadamente, que la izquierda da fueros, porque crea una falsa superioridad moral y porque con ella es fácil conquistar a artistas, pensadores y a una ruidosa infantería sensible de clase media; también psicopatear a los críticos, dorar la píldora y meter el perro. Para llevar a cabo esta impostura, el gran intérprete de Río Gallegos recurrió -como enseña Stanislavski- a la memoria emotiva: tenía vagos recuerdos de los setenta, donde su papel había sido borroso y periférico, y exhumó la epopeya y la simbología de entonces; se ocupó de lo que jamás le había interesado (los derechos humanos) y hasta se puso a estudiar contra reloj La voluntad, de Caparrós y Anguita, para documentarse sobre lo que no había vivido y debía reencarnar en una versión nueva y pasteurizada. El peronismo lo miraba atónito, sin comprender esa súbita metamorfosis ni decodificar su formidable astucia ficcional.Algo parecido sucede ahora, cuando Alberto Fernández busca montar la misma obra, aunque con distinto libreto y nuevas máscaras. O mascarones de proa. La película la está dirigiendo un auténtico cineasta: el perdedor serial de comicios Marco Antonio Enríquez-Ominami, ideólogo ilustrado del Grupo de Puebla. Los justicialistas se preguntan por qué militar en ese club de bochas donde pernoctan retirados de diverso pelaje, como José Luis Rodríguez Zapatero (amigo de Maduro y uno de los peores presidentes de la España moderna) y el animador de la televisión rusa Rafael Correa. La jugada de Alberto, lejos de lo que parece, es a varias bandas y muestra su inteligencia táctica. Como su maestro, intenta recubrir ahora sus medidas pragmáticas y dolorosas con el papel dorado de la centroizquierda, y amortiguar así...

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