Asesinos: la 'viuda negra' inmutable que sedujo y envenenó a 13 jubilados para quedarse con su plata

Antonia Lorenza Giampietro

A Antonia Lorenza Giampietro nunca le gustó su nombre; por eso, pedía que la llamaran Mirta. Era la mayor de seis hermanos nacidos en el seno de la casa del barrio Alta Córdoba que Roberto Segundo Manuel Giampietro, un siciliano trabajador, llevaba con mano firme, pero con pocas muestras de cariño. Quizás por eso, cuando fueron creciendo, cada hermano terminó por su lado y, ya adultos, apenas se veían en las fiestas.

Ella solo terminó la primaria. El estudio no era lo suyo: a ella le gustaba el básquet; era buena: tiraba al aro desde chica en el club Youngmens y llegó a formar parte de algún combinado femenino cordobés. A los 18 se fue de casa, comenzó a trabajar en una zapatería. Se enamoró, quedó embarazada, fue madre… Pero en algún lugar, en algún punto, su vida se torció.

Cuando pasó los 50, se convirtió en una "viuda negra". Sedujo y envenenó con psicofármacos a al menos trece jubilados para robarles la mensualidad en el día de cobro; a dos de ellos los mató. La atraparon el 29 de agosto de 2003, cuando estaba a punto de drogar a otro hombre para esquilmarlo. La condenaron a 24 años de prisión . Todavía está presa en el penal de mujeres de Bouwer, al sur de la ciudad de Córdoba.

Ahora tiene 76 años. Quienes la vieron aseguran que no conserva nada de la estampa seria, pero elegante y decorosa, con la que abordaba a jubilados a la salida del banco o de algún geriátrico, y les daba charla amena hasta que les compraba y ofrecía un jugo de frutas al que le colocaba, subrepticiamente, una dosis poderosa de una benzodiazepina, para dormir a sus víctimas y robarles la billetera o el sobre recién cobrado con la plata de la jubilación.

La última imagen pública que se recuerda de ella en Córdoba es la del juicio, cuando, durante casi dos meses, entre noviembre y diciembre de 2004, asistió a cada audiencia con gesto adusto, como quien aguarda en la sala de espera de un médico. Ni siquiera se inmutó cuando, en un televisor dispuesto junto a la silla de su posición de acusada, se reproducía una prueba clave: los cinco minutos del video de su último golpe .

Era reveladora esa película, filmada por un grupo de detectives que estaban tras su pista desde que María del Carmen, la hija de Julio Enrique Luna , el expolicía que sucumbió ante el timo de Antonia y murió envenenado por el brebaje que le había puesto en el juguito Baggio multifrutas que le había comprado, hizo la denuncia. La mostraba tomada de la mano de un jubilado...

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