Asesinos: el clan que convirtió el secuestro extorsivo en un negocio mortal en el corazón de San Isidro

Arquímedes Puccio durante su arresto domiciliario en su casa de Pacheco, en noviembre de 2003

El 23 de agosto de 1985, Nélida Bollini de Prado llevaba 32 días en ese sótano infecto y asfixiante, encadenada, obligada a hacer sus necesidades en un balde, comiendo sobras. Aterrada. Resignada. Sus captores la mantenían viva solo como prenda de negociación. Hablaban con sus hijos, les pedían 500 mil dólares de rescate, y ya habían bajado la vara a menos de la mitad. En cuanto cobraran, los secuestradores no dudarían en asesinarla. Tenían experiencia: en los tres años anteriores lo habían hecho otras tres veces . La casona de Martín y Omar 544, en el centro de San Isidro, era un vórtice de muerte. El jefe de la familia había embarcado a sus dos hijos mayores en la empresa criminal, junto con un pequeño grupo de viejos amigos dispuestos a todo. Era imposible que el resto -la esposa, el hijo menor, las dos hijas mujeres- ignoraran la magnitud del horror con el que convivían.

Esa era la casa del Loco de la escoba, como le decían a Arquímedes. Pero también era la casa de Alejandro, el wing tres cuartos que ya había debutado en los Pumas y que integró el histórico CASI que dominó el mundo del rugby argentino en la primera mitad de la década del 80. La tienda de windsurf de la esquina de Martín y Omar y 25 de Mayo, y la vieja rotisería de mitad de cuadra, servían como fachada para el verdadero negocio de los Puccio: el del secuestro seguido de muerte.

La familia Puccio: arriba, Alejandro, Silvia y Daniel; abajo, Guillermo, Epifanía Calvo, Arquímedes y Adriana

Ese apellido está grabado a fuego en la historia criminal argentina. El de Arquímedes, el asesino que no disparó un solo tiro, pero que dividió las tareas de forma tal de que todos los integrantes de la banda estuvieran definitivamente comprometidos en los crímenes que llevaban adelante. Así, todos ellos fueron homicidas.

Los crímenes del clan Puccio fueron el germen de libros, de una película, de una miniserie y, ahora, incluso de un musical que se estrenó la semana pasada en el Teatro Regina. Pero detrás del morbo hay vidas segadas y familias arrasadas.

La jueza federal María Romilda Servini de Cubría había mandado un batallón de efectivos de la División Defraudaciones y Estafas de la Policía Federal a irrumpir en la casa y rescatar a la empresaria. Cuando los policías rompieron la puerta y entraron, Alejandro Puccio estaba con su novia, Mónica Sörvik, en el sillón: veían una película.

Luego llegaron las mujeres de la casa. A la...

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