El aseo personal, una de las bellas artes

Basta con ingresar en una farmacia o en esos espacios magnéticos que son los free shops de los aeropuertos, con su colorido universo de champús, jabones, cremas y lociones que prometen belleza cinematográfica al alcance de la mano (aunque no siempre del bolsillo) para que no quede duda de la importancia que en estos tiempos le damos a la higiene.

No hace mucho, un estudio calculó que el habitante de una gran ciudad actual dedica alrededor de nueve horas semanales a su aseo. Sin embargo, esta pasión es una adquisición más bien reciente. En Historia de la vida privada en el sigloXX (Editorial Taurus, 1989), Antoine Prost cuenta que hubo momentos en que la higiene era una curiosidad; en parte porque el agua escaseaba, pero también porque se creía que "ablandaba" el organismo y que la suciedad era signo de salud.

Son varios los autores que desandaron la senda que nos trajo desde las penurias higiénicas de otros tiempos hasta los elaborados sistemas que hoy tiene a su disposición una parte de la humanidad. En Lo limpio y lo sucio (Alianza Editorial, 1991), Georges Vigarello traza un colorido retrato de lo que ocurría en la Edad Media. Algunos de los usos y costumbres que describe son desopilantes... o terroríficos, según cómo se los mire.

Vigarello recuerda, por ejemplo, una escena de aseo del Roman comique, de 1651, en la que un noble es presentado con "la más bella ropa blanca del mundo, perfectamente lavada y perfumada", pero en la que el caballero prescinde del agua, excepto para hacer una breve ablución porque "cuidaba sus dientes con esmero".

En esa época, se creía que el agua engendraba fisuras por las que podía deslizarse la peste, que bañarse era peligroso porque "abría el cuerpo al aire y exponía los órganos a los cuatro vientos". Es más, se creía que "debilitaba", provocaba "imbecilidad" y destruía "fuerzas y virtudes". Ese temor llegaba a tal punto que cuando una mañana de mayo de 1610 un emisario de Enrique IV va a ver a uno de los ministros y lo encuentra tomando un baño, decide volver al Louvre para evitarle el riesgo de exponerse al aire exterior. Más tarde, le hace saber: "Señor, el rey os ruega que acabéis de bañaros y os prohíbe que salgáis hoy".

Pero más que jabones, champús y desodorantes, el artefacto que...

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