Arte y azar de los músicos callejeros

En la amplia acera frente a la Real Academia de las Artes de San Fernando, donde pago visita cada vez a los Goyas que hay allí, casi solitarios, entre ellos el retrato de La Tirana, la garbosa actriz que desafía con la mirada a quien la contempla, tan antigua y tan viva en la pared, digo, al salir al sol que dora la calle de Alcalá y relampaguea en los cristales de los autos que vienen y van, aunque hace algo de frío, están esos músicos en la acera opuesta de la calle, unos músicos callejeros que forman una orquesta de cuerdas, y a los que puedo describir con precisión pues los fotografié con la cámara del teléfono, y aquí tengo conmigo ahora la foto, mientras escribo de cara a la ventana que da a esta tranquila calle de Princeton donde el otoño tiñe el follaje de ocre y roja herrumbre y oro viejo.

Son cinco. Hacia la izquierda, bastante separado de los demás, un violinista de jeans y chaqueta oscura, de mediana edad, a cuyos pies se halla el estuche del instrumento, que sirve para recoger el dinero que la gente les va dejando al pasar. Enseguida, apoyado en la pared, de espaldas a una ventana de rejas, otro violinista, más joven que el anterior, más moreno y de barba oscura, de jeans también y gastados zapatos deportivos, que bien podría ser venezolano, o dominicano. Luego, sentado en un asiento portátil está el cellista, quizás sesenta años, de pelo blanco, que repasa el arco con aire distraído; atrás, contra la pared, descansa el estuche del cello. Sigue el otro cellista, gorro de montaña, la barba blanca y el aire también ausente, se diría melancólico, calzado con unos guantes que le dejan desnudos los dedos con que pulsa la encordadura del mástil, y maneja el arco. Y por último el contrabajista, situado de perfil; el pelo le ralea en la coronilla, lleva anteojos de sol, y esboza una media sonrisa.

Dos violines, dos cellos, un contrabajo. Mi memoria pesca que lo que tocan es el vals Nº 2 de Shostakóvich, popular en España porque es una canción de estudiantina que, según se alega, fue compuesta más bien por un músico gallego, y parte del repertorio de la cantante de variedades de los años treinta Paquita Robles, llamada La Pitusilla por su escasa estatura, hoy olvidada; pero la historia es aún más larga porque el oído también me recuerda que el vals está en la banda sonora de Ojos bien cerrados de Stanley Kubrick, tal como Así hablaba Zaratustra de Richard Strauss entró en Odisea del espacio.

Pero no es eso a lo que iba, ni que a lo...

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