Un arriesgado duelo entre dos democracias

"Perder unas elecciones es normal en una democracia. Lo malo es perder la democracia en unas elecciones". El aforismo pertenece a un profesor español y no alude a los argentinos, pero sin querer nos alumbra en este domingo invernal en el que insólitamente se plebiscita el sistema democrático. Entendiendo por democracia, claro está, el vapuleado y heroico consenso del 83 y teniendo en cuenta que, por el camino, ya perdimos el consenso del Nunca Más. Cristina Kirchner, emblema mundial del populismo autoritario, le ha dado una vuelta de tuerca a la aspiración del partido único que tradicionalmente alentó el movimiento justicialista, y le ha agregado durante los últimos años una fuerte impronta antisistema, consistente en reemplazar la "democracia representativa" por otra "popular" o "directa"; en cuestionar la Constitución nacional y la división de poderes, y en cargar contra el periodismo. La Pasionaria del Calafate y su hijo Máximo, que en nombre del "pueblo" ambicionan todo el poder y urden un cambio copernicano en el disco rígido de las instituciones, han manifestado sus propósitos en todos los formatos posibles: desde videos, tuits y arengas públicas hasta con voceros, articulistas y libros de puño y letra. Algunas almas bellas, sin embargo, prefieren no creerles, y aceptar la versión pasteurizada que Alberto Fernández y otros peronistas arrepentidos han vendido con destreza en la campaña electoral. Esa aceptación les permite colegir a estos tiernos negacionistas que es más o menos indistinto si regresa o no al timón la arquitecta egipcia; incluso se permiten poner en pie de igualdad al oficialismo y a la oposición: piensan lo mismo, o los dos son parejamente nefastos. La relativización hace más digerible un voto testimonial sin culpas en medio de esta encrucijada histórica, pero le hace un enorme favor al marketing de la falsa moderación pejotista, a los hábiles maquilladores del chavismo vernáculo.Algunos de esos apologistas de la igualación se han encargado además de criticar a los 150 pensadores y artistas que se atrevieron a advertir sobre el riesgo democrático impreso en esta particular elección, y por lo tanto a ir contra la corriente biempensante y jugarse la integridad en cenáculos donde no ser peronista o trotskista es un pecado imperdonable. Si Lavagna liderara las encuestas, no habría ningún drama: se trata de un hombre democrático, mesurado e inteligente. El problema es que no tiene chances verdaderas y que la alternancia...

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